Días…


Días de descanso casi obligado. Días de no poner el despertador y dejar que el cuerpo establezca cuándo quiere amanecer. Días de paseo, conversaciones, mini-viajes, cañas sin tomar cañas, de saltarse la dieta y de mirar a los ojos a todo lo que sucede a nuestro alrededor. 

Días de desconexión. Días de relax. Días de no mirar la agenda y de no pensar en lo que deparará el lunes o aquello que queda pendiente de hacer. 

Días de disfrutar del manto blanco dejado por los temporales. Días de respirar hondo y llenar los pulmones de algo puro; de limpiar los ojos de lo cotidiano; de mirar por dónde caminas sin importar la meta. 

Días de desayuno prolongado gracias a una conversación donde hablas de todo y de nada. Días de charlas matutinas donde, en muchas ocasiones, desnudas el alma para sentir alivio, entregando una parte de ti sin tabúes.


Días donde las mañanas se prolongan y las noches llegan trayendo el agotamiento adormecido de días anteriores. 

Días que comienzan con energía y ganas. Días de acompañamiento, de compartir experiencias, opiniones, pensamientos, sentimientos, virus…

Los días pasan y, a veces, si no paras, no te das cuenta de lo que tienes alrededor. 

Hay días que son mejor olvidar; otros días pasarán a la historia de nuestra memoria como los mejores momentos, que quedarán grabados y nos sacarán una sonrisa aunque no tengamos ganas. 

Hay días anodinos, pesados, cansados, estáticos, insulsos… Pero forman parte de nuestra vida y de nosotras.

Días al fin y al cabo.


Club de las 25 y maldita tesis. O viceversa

27 de noviembre de 2017. 

Esta fecha quedará grabada en mi mente para siempre. Ese día, ¡por fin!, tuve la suerte de defender la #malditatesis a pesar de todos los obstáculos que me pusieron durante 4 años. Tuve la gran suerte de poder contar, en el último año y medio, con una directora de tesis MARAVILLOSA, comprometida, disciplinada, cercana y auténtica. Una MUJER como la copa de un pino (como se suele decir coloquialmente). Soledad Murillo ha sido mi ÁNGEL de la guarda, mi LUZ en este túnel que se me hacía cuesta arriba; y como le he dicho (y escrito) más de una vez, ha sido mi SALVADORA. Si no hubiese sido por ella, el 27 de noviembre de 2017 hubiese pasado por mi vida de forma anodina y yo hubiese tirado todo el juego de toallas en el 2016, abandonando mi investigación y mi tesis. 
Podría haber sido una investigación y un estudio mejor, lo sé. Pero hemos hecho lo que hemos podido, y más, en este corto período de tiempo.

Ese día, la naturaleza quiso que yo estuviese catarrosa (los nervios, el estrés), pero la química farmacéutica ayudó a que no se me notase mucho. Estuve rodeada de mi familia y amigos (faltaron personas cercanas, pero las circunstancias, hay ocasiones, en que juegan malas pasadas); pero quienes faltaron sé que estuvieron en espíritu conmigo y me dieron fuerzas para no decaer y mostrar a las miembros y al miembro del Tribunal mi ilusión, mi compromiso, mi experiencia y mi saber.

El 27 de noviembre de 2017 fue un día completo. Defensa de la tesis. Ágape con el Tribunal, directoras y familia. Descubrir que el parking de la Complutense es barato (jajajajaja). Relax. Y, por último, acudir a una entrega de premios muy especial: los que otorgaban las del «Club de las 25» a distintas mujeres relevantes en la lucha feminista por la igualdad.
Las premiadas eran desde Concha Velasco, pasando por Ana de Miguel, Nuria Varela, Margarita Robles, Leticia Dolera y, por supuesto, mi gran y admirada Soledad Murillo. (Había más).

Yo acudí al Palace de Madrid, cual paleta que llega a la capital desde el pueblo. No sabía si iba a desentonar en ese lugar tan famoso y con tanto nombre. Bueno, pues me sentí una «paleta» más, jajajaja. Tengo que reconocer que tuve que contener grititos histéricos cuando veía a alguien que admiraba o alguien a quien reconocía. ¡Bendito telegram! que me permitía compartirlo. Menuda brasa que le di a algunas personas.
Me senté todo lo cerca del «escenario» que me permitieron para que Soledad, después, no me regañara porque me dice que siempre me siento atrás. A veces la timidez y el querer pasar desapercibida me pueden, no puedo evitarlo. Me tuve que contener cuando delante de mí se sentó este hombre: mi admirado Baltasar Garzón que entregaba un premio a Asunción, la mujer de 92 años que ya pudo enterrar a su padre como se merecía. Correcto, tranquilo, sosegado, atento. Lástima que no se quedara al cóctel posterior.
Me sentía una fan total y absoluta al ver a un montón de personas que admiraba y de las que me gustaba su trabajo y/o su pensamiento (ideas). 

La emoción fue mayúscula cuando ELLA subió al escenario y habló como es ELLA: valiente, comprometida, sabia. Me emocioné cuando me vio desde el escenario y bajó a darme dos besos y un abrazo. Como es ELLA. Auténtica. Pero las lágrimas volvieron a aparecer sin cortarse un pelo, cuando después de la «foto de familia», ELLA bajó de nuevo, se acercó y me dio el abanico que le habían obsequiado porque quería que lo tuviera yo. Así es ELLA. Y yo, llorando a moco tendido. Me presentó después a Nuria Varela, con la que estuve hablando, quien se sorprendió que aquella misma mañana hubiera defendido mi tesis y estuviera ahí. Me anunció la nueva edición de su libro «Feminismo para principiantes» en versión novela gráfica (el próximo 15 de febrero sale a la venta) y ya hablamos de venir a Salamanca a presentarlo. Mi mente no descansa, no puedo evitarlo.

También tuve la suerte de hablar con Ana de Miguel, quien no estuvo en mi Tribunal de la tesis por problemas documentales y de tiempo. Fue una lástima, la verdad. 
Tengo que decir que tanto Nuria Varela como Ana de Miguel son dos mujeres humildes, generosas y cercanas. De las que aprendes escuchándolas. Tienen tanto que decir y enseñar.
También subió al escenario a recoger su premio, leyendo unas palabras de Simone de Beavoir, Leticia Dolera. Soy mega fan suya. Mi hermana me pidió una foto con ella y se la pedí. ¡Qué valiente con sus palabras! Qué coherente, qué comprometida, qué implicada. 
Me siento identificada con ella porque, como quien dice, hace poco que ha entendido qué es esto del feminismo y lucha por estos ideales. A mí aún me queda mucho por aprender (sigo en ello), por leer y por investigar.

Fue una fiesta donde había grandes referentes del feminismo más o menos conocidas. Mujeres famosas en distintas disciplinas: periodistas, profesoras, actrices, estudiantes…

Posteriormente, alguna de ellas (no de las premiadas) me sorprendieron en un programa de TV entrevistando a una joven ilustradora con sus palabras y discurso. Pero eso es para otro post.

Tengo que agradecer a mi amigo Amílcar por regalarme la oportunidad de codearme con todas estas mujeres que son mi referente, por permitirme compartir momento y espacio con mi querida Soledad, por estar siempre y por remover cielo y tierra para que no decayera.

Este espacio también es para dar gracias, de nuevo, a toda mi familia (y amistades) por apoyarme y no dejarme caer cuando todo lo veía negro. ¿Qué haría sin todos/as vosotros/as? 

Sin vuestro empuje el 27 de noviembre de 2017 habría sido un día más en mi vida.

Las palabras pesan

Ayer pensaba y reflexionaba sobre el peso que tienen algunas palabras. 
Ya he sido consciente de la importancia que tienen, lo necesario que es nombrar algo para que sea reconocido y aceptado, para que exista al fin y al cabo.
Pero ayer, en los segundos de descanso entre tecla y tecla, conversando con amigos, tratando de que la congoja y la tristeza no se adueñaran de todo mi ser, fui consciente del peso que algunas palabras tienen sobre las personas. Como son capaces de aplastarte sin piedad  y hacerte sentir pequeña, frágil, débil…

Por ejemplo, cuando nos engañamos, y nos engaña la sociedad, porque tenemos que buscar nuestra media naranja porque si no lo hacemos, no seremos seres completos y felices. Mentira. 
¡Cómo pesa la palabra solterona! Por ejemplo. Pero la sonrisa que se te pone cuando dices: es un soltero de oro. ¿Qué diferencia ahí entre ambas personas? ¡Ah, sí! Que una es una mujer y el otro es un hombre.

Cuando el hombre le dice a su pareja que ahora la «ayuda» con una tarea doméstica. Esa «ayuda» significa que el peso de las tareas del hogar lo tiene la mujer y es su responsabilidad. Esa «ayuda» deja de lado la corresponsabilidad para seguir fomentando los roles de género que nos diferencian a hombres y a mujeres.

Y todas esas palabras que acaban con la coletilla «la naturaleza es sabia». Pero, como me dijo ayer un amigo, «también es muy cabrona». 

Talleres de sensibilización y prevención

Mi curso 2017-18 empezó la semana pasada realizando un taller en un colegio en un pueblo cercano a Salamanca.

36 chicos y chicas de 5º de primaria fue el público con el que charlé y trabajé sobre violencia de género. 

1 hora y media tenía para explicar qué era la violencia de género y las situaciones que se podían dar.

Lo hice a través de dos cuentos donde, primero, hablamos de las emociones y de su identificación y, después, le dimos forma a «El Monstruo» para, finalizar, con un juego de pruebas, preguntas y diálogo (de creación propia).


Corto fue el tiempo. Amargo sabor de boca me quedó porque no terminamos y creo que se quedaron muchas preguntas, comentarios y definiciones en el tintero. 

A todo el grupo lo vi implicado, pero un poco perdidos a sus componentes. Su imaginación a veces vuela en exceso, pero sólo a veces, y suelen irse por los Cerros de Úbeda cuando preguntan, pero es algo que me gusta. 

Algo me ha inquietado en esta sesión: fue la primera vez que, al leer el cuento «El Monstruo», no saben identificar quién es ese monstruo que grita, empuja y echa espuma por la boca.

¿Qué está sucediendo? Son 10-11 años y es un libro-cuento para personas de edad más temprana. ¿Eran demasiado inmaduros/as para este tema? ¿Lo ven como algo lejano? ¿No tienen las herramientas adecuadas para identificar este tipo de situaciones? ¿Es algo puntual? ¿Hay que preocuparse? ¿La comprensión lectora es escasa? 

Yo soy de las personas que piensan que es necesario introducir contenido sobre igualdad, tolerancia, luchar contra la violencia, etc. dentro del currículo educativo de forma transversal. Tiene que ser algo que esté presente a diario en las aulas. Mientras esto no suceda, seguirán siendo necesarios talleres, charlas, coloquios de más de 1 hora y media para trabajar estos temas.

Pero también tiene que haber formación para el profesorado para dejar de escuchar frases del tipo:»si las mujeres cobran menos es porque Dios hizo a los hombres más fuertes». 
¡¡¡¿En serio?!!! 
Me parece intolerable que alguien que se dedica a la formación/educación haga este tipo de comentarios.

Pero este comentario es un ejemplo de lo que se puede escuchar en cualquier ámbito de la sociedad y que apoya la idea de que aún queda mucho por andar, por trabajar…

En un post de hace tiempo, recomendaba el libro «Nata y Chocolate ¡invencibles!» donde un niño y una niña tratan de ayudar a un compañero de clase cuando descubren que él y su madre son víctimas de violencia de género.
Como madres y padres tenemos recursos para hablar con nuestras hijas y nuestros hijos sobre estos temas. A mí me gustan mucho los libros, recomendarlos y leerlos de forma conjunta.

Sigamos visibilizando. Sigamos nombrando las desigualdades que se producen en nuestra sociedad y que, desgraciadamente, perjudica más a las mujeres, consideradas un colectivo vulnerable.


Recuerdas

Recuerdas aquellos veranos de mi niñez, cuando mis hermanos aún no estaban ni en proyecto, o cuando ya estando compartiendo mi vida y mi espacio, yo decía marcharme “de vacaciones” a tu casa. Metía mi ropa veraniega en mi bolsa rosa de los Osos amorosos y caminaba al lado de mis padres hasta tu casa en esas noches típicas de verano salmantinas.
Recuerdas como jugaba en tu terraza. Imaginaba que era una tendera; más bien una librera, pues montaba en el murete que separaba las dos terrazas mi tenderete lleno de libros y revistas de aquellas personas que ya no habitaban tu casa.
Recuerdas cuando bajaba a la cochera a echarle una mano a él y me dedicaba a mirar como trabajaba, martillo en una mano y cincel en la otra. Siempre terminaba con el cepillo en la mano, barriendo y poniendo un poco de orden en ese taller improvisado que le ocupaba tanto tiempo después de tener que dejar de trabajar tan joven.

¿Te acuerdas?

Recuerdas como por las noches me tapaba hasta las orejas porque empezaba a escuchar ruidos raros, usurpando la cama y la habitación de otra que fue como yo y que hacía uno años que la había abandonado.
Recuerdas cómo venías al rescate y me llevabas a tu cama, echando sigilosamente de tu lado al fabricante del arte que inundaba la casa. Noches que dormía acurrucada a tu lado mientras me enseñabas todas esas oraciones que aún hoy, ya crecidita, recuerdo.

Recuerdas… “en el monte murió Cristo. Dios y hombre verdadero…”

Recuerdas cuando el ir a comer a tu casa era toda una fiesta porque siempre me tenías preparada una sorpresa culinaria, digna de la mejor reina. Ese flan de huevo individual, esa leche frita, esa tortilla de patatas, esas croquetas, ese flan de coco…
Recuerdas ese colacao con magdalenas de la Bella Easo cortadas en cuatro y que disfrutaba como si fuese un plato del mejor chef. Realmente era un plato, cualquiera, elaborado por la mejor cocinera del mundo: tú.
Recuerdas cuando íbamos a ver los “coletes” a la explanada donde ahora han construido el parque de “la hormiga”, cuando aún se podía uno sentar en un cacho de tronco que había en el suelo.

¿Te acuerdas?

Recuerdas esos partidos de voleibol en tu terraza, donde la red que separaba los terrenos de juego era el cable de tender la ropa.
Recuerdas el “soplamocos”, los “Lunes de aguas” posteriores a nuestro viaje a El Endrinal a por los hornazos tostados por fuera y amarillos por dentro, las Navidades donde las tabletas de turrón de chocolate «Escuchar» se contaban por decenas.
Recuerdas las llamadas de Papá Noel la tarde-noche del 24 de diciembre. Las caras de alegría y sorpresa al ver los regalos que después compartiríamos. La cena plagada de ricos manjares. Los juegos hasta altas horas de la noche desmontándote la organización del salón para fabricar nuestros refugios, cabañas o camas improvisadas.

¿Te acuerdas?

Recuerdas las veces que has estado sentada a mi lado tomándome la fiebre, poniéndome paños de agua fría y bañándome porque la temperatura no bajaba.
Recuerdas la fiesta del colacao nocturno cuando no hicieron caso a tus advertencias. Las risas por lo bajo al verte enfadada (una de las poquísimas veces).
Recuerdas cuando dejaste de cuidarnos porque nos habíamos hecho mayores, pero siempre estabas atenta, poniendo una vela cuando teníamos examen o un acontecimiento importante.
Recuerdas cuando nos permitiste cuidarte porque tus fuerzas empezaban a fallar; cuando tu mirada empezaba a viajar lejos a ninguna parte, a perderse en el infinito del vacío; cuando tus manos dejaron de ser lo suficientemente firmes para amasar el queso…

¿Te acuerdas?

Ya sé que no, por eso lo estoy recordando yo. Para que así no lo olvidemos ninguna de las dos.

Negro

Inicias un viaje para desconectar. Estás rodeada de amistades. Todo parece que va a ser maravilloso: tranquilidad, paz, descanso, desconexión… 

Da igual que el otoño llegue a su fin, que el frío polar entre con fuerza por el oeste, que tengas que llevar capas y capas de ropa. Da igual. Unos días de vacaciones después de tanto tiempo trabajando duro y sin descanso. No piensas en el cinturón apretado que hace que casi no tengas cintura, en la cuesta de enero que este año se adelanta a noviembre y se prolongará hasta febrero. Necesitas un parón, a lo «kit kat», para reorganizar, si puedes, tu cabeza, tus prioridades, tus sueños, tus metas, tus deseos. Después de esos días, ya se verá. Ya se tomarán decisiones, ya retomarás las cosas con otra visión, con más fuerza, pero sin perder la calma.
El coche avanza por la carretera. Cruzas la frontera. 

El paisaje es negro. No son las nubes que se hayan teñido de negro. No. Es la naturaleza que muestra los estragos de unos sucesos que acontecieron en verano. Miras a ambos lados de la carretera y ves un solo color: negro. Casas al borde del bosque. Aún acusando el rastro de la desolación, el miedo, la angustia… Árboles doblados huyendo de las llamas y que se han quedado tal cual. Suelo negro. Casas vacías al lado de la desolación. Cables que han perdido su estabilidad en el cielo y descansan, como pueden, en el piso. Piso oculto por unas hojas de árboles que lloraron y que lloran por la desolación de la tragedia.
Te das cuenta que las noticias de los telediarios no plasmaban la realidad de lo que había acontecido. 

Negro.

Tímidamente el verde comienza a crecer en algunas zonas. Pero si miras a lo lejos, aún verás el manto negro de la tragedia. Consecuencia de lo poco que hemos cuidado a Pachamama; de lo poco generosa que ha sido la humanidad con Gaia, quien responde enfadada ante tanta desfachez, soberbia, ignorancia, prepotencia que rezuma una parte de la población.

Negro. Todo negro. Huele a humo aún después de pasados unos meses. El negro te inunda, pasando de la alegría a la desazón, de la paz, a la intranquilidad. El semblante de tu cara cambia según avanzas por la carretera y ves la desolación, la angustia, la tragedia que pudo haber sido mayor.

Negro luchando contra el verde, que tímidamente se abre camino para dar paso a la vida, a la luz.