Perdón

Este post lo tenía que haber escrito antes de terminar de ver la docu-serie de Rocío Carrasco, pero por diferentes motivos no ha podido ser.

Termino de ver ahora el capítulo 12 de este documental, serie… o como lo queramos llamar, donde ella, Rocío Carrasco Mohedano ha narrado todo lo que ha tenido que vivir, soportar y aguantar durante estos 20 años.

Este post se titula «perdón» porque, en primer lugar, aunque sé que no lo va a leer, quiero pedirle perdón. Y quiero hacerlo porque, como tantas personas, quizás, la he juzgado sin conocer toda la historia. Cómo la voy a conocer si a ella sólo la conozco por la prensa rosa, por ser hija de quien era hija y ya.

La imagen que yo me cree de ella es de una niña bien, que lo ha tenido todo, que era caprichosa, que cometió el error de unirse con este Ser y que luego, al cabo de los años, desapareció sin decir nada. Silencio.

Iba a decir que la consideraba una niña pija, pero no, porque como ella misma ha dicho en alguno de los capítulos de la serie, era bastante hippie. Pero los tenía bien puestos (o puede ser que le pudiera la cabezonería, el impulso y la juventud) y hacía lo que ella creía que tenía que hacer. Pero, a la larga, le ha salido caro.

Por el contrario, a pesar de que yo, como madre, no podía entender ese «desapego» con su hija y su hijo, nunca me ha gustado el «Ser». Siempre me ha parecido un personaje que se regodeaba de haber sido Guardia Civil, pero de cuyo cuerpo le hubieran echado si no se hubiera ido él, porque las debió de preparar bastante gordas, así que creo que no es algo de lo que deba sentirse orgulloso. Además, me parecía (y me parece) bastante rastrero y vergonzoso que su único oficio, después de pertenecer a la benemérita, haya sido hablar de su ex pareja, comercializar o mercantilizar a su hija y a su hijo, vender lo mal que lo estaba pasando por culpa de la bruja de su ex (calificativo que todo el mundo suele emplear para dirigirse a la otra parte con la que no ha acabado muy bien) y, para colmo, vender las lágrimas falsas que salían por sus ojos. Nunca me lo creí ni me lo creo ahora. No considero que sea un pobrecito, sino que todo lo tenía bien orquestado y pensado, y ha sabido sacarle partido. No le ha faltado pan que llevarse a la boca aunque nos quisiera vender lo contrario.

A las pruebas me remito.

Durante los 12 capítulos en los que Rocío Carrasco Mohedano ha contado su verdad «para seguir viva», he llorado, he reconocido todo lo que he estudiado y visto desde que soy consciente de la existencia de este problema social llamado «violencia de género». Pero también me he sentido muy identificada en su papel de madre.

Me he visto en ella cuando relataba todo lo que ha hecho en beneficio de su hija y de su hijo porque ella pensaba que era lo que tenía que hacer, que era lo mejor.

Porque que tú hayas roto una relación con tu pareja, con el padre (en este caso) de tu hija y de tu hijo, no significa que lo tengan que pagar ella y él; no significa que tengas que usarlos como moneda de cambio, como arma arrojadiza…

Porque que tú te lleves mal con el padre de tu hija o de tu hijo, no significa que lo tenga que pagar él o ella… Hay que hacer las cosas con cabeza, nunca «vomitar» con los/as menores toda la bilis que te provoca la otra parte, porque no tienen la culpa.

Y Rocío hizo lo que creía que tenía que hacer: nunca hablar mal del padre, nunca ponerles en su contra ni malmeter, poner las facilidades posibles, no manipular…

Pero que ella crea que es lo correcto, que está haciendo lo que debe hacer, no quiere decir que la otra parte haga lo mismo.

En pocas ocasiones se hace que las dos partes sepan diferenciar lo relacionado con la pareja y lo relacionado con su papel de madre/padre. En la mayoría de los casos, siempre hay una parte que no pone las cosas fáciles, que usa a las/os menores en su propio beneficio… Pocas personas tienen la cabeza tan bien amueblada como para hacer las cosas como se deberían hacer.

Pero siempre diré que un maltratador NO ES UN BUEN PADRE.

No he visto los debates posteriores al capítulo. No sé si los veré, sinceramente. Pero me aporta tranquilidad y seriedad saber que han participado tanto Bárbara Zorrilla como psicóloga, a la que conozco por la relación que nos une a ambas con Generando Igualdad, como Ana Bernal Treviño como periodista… Menuda la que les ha caído a cada una por redes sociales. Pero es necesario que en estos programas (y en otros) participen personas realmente expertas, que sepan de lo que hablan, y no meros colaboradores que dicen saber de todo, pero en realidad no saben de nada.

Rocío Carrasco Mohedano, de nuevo quiero pedirte perdón por crearme una opinión sin conocer toda la historia. Pero también quiero darte las gracias por hablar, aunque hayan pasado 20 años y los hayas pasado mal y en silencio, rodeada de tu gente. Nunca es tarde para denunciar y tus palabras ayudan mucho a que otras mujeres pongan nombre a lo que han sufrido o están sufriendo, a que busquen ayuda (no tiene que ser acudiendo a la comisaría o al cuartel), a que verbalicen lo que les pasa, a que saquen más fuerzas y rompan con esa relación…

Pero también, y creo que esto es muy muy importante, para que el resto de la sociedad se implique y pare los pies a aquellos que se sienten con total legitimidad para atentar contra los derechos de las mujeres porque se creen con todo derecho, con poder.

La espera

Aunque en mi cabeza llevo días pensando en el contenido del post, sabiendo sobre qué iba a escribir, hoy todo se ha dado la vuelta y no lo tengo tan claro.

El título no hace referencia a la canción que cantaba Sara Montiel «fumando espero, al hombre que yo quiero…». Tampoco hace referencia a la denominada «dulce espera»: la llegada de un bebé al mundo. Que de dulce, dulce creo que, en realidad tiene poca, pues todo son miedos, incertidumbres, malestares, agobios, controles, etc. Otra de las bucólicas ideas que nos han metido en la cabeza y que no es más que un mito.

Te pasas la vida esperando: al autobús, un beso que parece que no llega, las notas de los exámenes, el primer trabajo, la primera nómina, el trabajo de tu vida, a la pareja «perfecta» (ésa que no existe, pues tienes que buscar a alguien que te complemente, que te apoye, te ayude, te haga crecer…), a ahorrar lo suficiente para hacer el viaje de tus sueños, la llegada de un bebé, el abrazo de aquella persona que hace tiempo que no ves o que viste ayer, a que esa persona dé el primer paso para desenmarañar el lío creado por no recuerdas el motivo, la llegada de un correo (postal o electrónico), el momento perfecto para decir «te quiero», el momento adecuado para dedicarte tiempo a ti, a leer un libro, a comprar esa TV que tantas ganas tienes,…

Esperamos tanto, que perdemos mucho tiempo esperando y la vida se nos escapa entre nuestros dedos sin darnos cuenta.

Cuando te quieres dar cuenta eres una persona «anciana» entre 40-49 años y piensas: ¿Qué he estado haciendo yo durante este tiempo?

Muchos de tus planes los dejas para el momento de la jubilación. Y cuando te jubilas, la vida te depara una gran sorpresa que no te esperabas. Te da un zarpazo y te quita ese tiempo que tú creías que tenías.

El reloj de arena tiene un agujero por el que pierde parte de ese tiempo que no recuperarás. Cuando te das cuenta ya es tarde. Quieres darte prisa en vivir todo aquello que crees que te falta, que ansias, que deseas, que quieres… pero no tienes el tiempo suficiente.

Ya sólo te queda vivir esperando el desenlace final. Haciendo lo que tus escasas fuerzas y el escaso tiempo te permiten. Tú quieres arañar más tiempo, quieres recuperarlo, pero es tarde. Sólo te queda, esperar.