Series y más series

Una de las cosas positivas que ha hecho esta pandemia es que admire más la cultura en todas sus vertientes.

Creo que he leído más, he comprado más libros (la escasez económica ha hecho que sea mucho más selectiva con lo que compro), he escuchado música para hacer más llevaderos los momentos de estudio o de trabajo, he visto más películas y más series (gracias a las plataformas de pago y de no pago). No he ido más al cine y al teatro y, la verdad, lo echo en falta.

Llevaba ya, algunos años, acudiendo al teatro en Madrid (musicales sobre todo) acompañada de R. Este año las restricciones de movilidad y nuestra responsabilidad han hecho que nos saltemos la «tradición». Vendrán tiempos mejores. A pesar de todo, R. se está resarciendo y está aprovechando su descuento joven asistiendo a todas las obras que puede en su ciudad de estudio.

Hoy, en esta mañana lluviosa de domingo, vengo a hablaros de 3 series de las que seguro habéis leído por redes alguna que otra crítica.

Empiezo por la última que acabo de ver.

«Emily en París».

Una joven estadounidense sueña con ir a París, lugar emblemático de la moda, el romanticismo, a trabajar. Su sueño se hace realidad y tiene que convivir en una ciudad que la enamora, pero en un lugar de trabajo donde su nueva jefa parece que no la acepta como ella quisiera, acostumbrada a caer bien a todo el mundo.

El mundo de la moda, el marketing, las relaciones personales en un país extraño, el amor, el sexo, el sexismo, el machismo…. Se dan cita en esta serie. Emily da su opinión norteamericana sobre la moda, sobre la visión de la mujer en el medio audiovisual… Trata de que las cosas cambien, a pesar de encontrarse con la reticencia de su nueva jefa. Las cosas no se hacen de la misma manera en París y en Chicago. Ella logra salir airosa de todos los obstáculos y conflictos que se le plantean. O no.

Abrirse un hueco en la ciudad del amor, aprender, vivir… Eso parece que es lo que quiere conseguir Emily alejada de la comodidad de su ciudad natal.

Se ven los estereotipos que «caracterizan» a los franceses; la lucha de Emily por mostrar una imagen de la mujer menos sexualizada en los productos que publicitan; lucha de la protagonista por romper con las tradiciones francesas en torno al flirteo…

Es una serie entretenida, divertida que une dos culturas.

«Los Bridgerton».

Esta serie me salía en recomendaciones, y ya le había echado el ojo, antes de que @lavecinarubia empezara a hablar de ella en sus stories de Instagram y nos deleitara con sus ingeniosos comentarios sobre el nuevo Duque «empotrador». No más comentarios señoría, jajaja.

En esta serie se nos muestra una sociedad inglesa del siglo XIX utópica, donde no existe la discriminación racial; donde una persona de raza blanca se casa con una persona de raza negra y no es la comidilla de la sociedad, ni se ve como algo extraño. Sólo tenemos que ver que la reina inglesa es negra.

Pero la sociedad que muestra nos enseña las reglas tan rígidas existentes entre lo que se espera de una mujer cuando es presentada en sociedad y lo que se espera de un hombre. Los estereotipos y roles están bien delimitados y encorsetan a ambos sexos.

La hermana de la protagonista quiere romper moldes, no se quiere casar cuando sea presentada en sociedad, sino que quiere vivir su sueño de escribir, aprender, ser independiente y libre. Su hermano, el segundo en la línea descendente, le encanta el dibujo, la pintura, pero no se atreve a hacerlo público.

La protagonista, Daphne, sabe que todas las miradas están puestas en ella al ser presentada en sociedad, pues debe casarse en esa «temporada» si no quiere dañar la imagen de la familia. Pero también quiere tomar las riendas de su vida, de alguna manera, decidiendo con quién casarse y, si puede ser por amor, mucho mejor.

La sociedad manda a estas niñas al matrimonio con desconocimiento. Nadie les habla de lo placenteras que pueden ser las relaciones sexuales, las cuales no son, únicamente, para tener descendencia (lo que toda mujer quiere en esta vida), que pueden leer y eso no es malo,…

En esa época no te podías quedar a solar con un varón porque eso mancillaría el honor de la familia, el cual debería ser restaurado mediante un duelo al alba, sin que pillaran a quienes se batían en duelo porque era ilegal.

El primogénito, varón, al morir el padre, cabeza de familia, debía hacerse cargo de la familia. No había discusión. Debía buscar, con cautela, una buena esposa y dirigir a la familia para que no se saliera del redil. Todo ello, dejando de lado sus verdaderos deseos y sueños. El arte es entretenido, es bueno, pero casarte con una cantante no está bien visto. Son demasiado libertinas.

La mujer no podía conocer varón antes del matrimonio, pero el hombre debía acudir a los burdeles para descubrir el placer del sexo porque es lo que se espera de él.

Aún me quedan dos capítulos, dos horas de serie, para terminar y ver en qué depara el momento de crisis en el que he dejado a los protagonistas.

No, no hablo del Duque. El adjetivo que ha usado @lavecinarubia creo que lo dice todo. Sólo diré que se muestra a un hombre (en las escenas íntimas) que se preocupa por que la mujer se sienta bien y descubra el placer por ella misma. Algo extraño en series y, más, en una ambientada en hace dos siglos.

«Little fires everywhere».

Ésta ha sido de las primeras series que he visto durante el confinamiento. Me llamó la atención el trailer y que una de las protagonistas fuera Kerry Washington.

La verdad es que al principio el papel de Kerry me confundía bastante. Pero era aceptable. Lo que me ponía de los nervios era el personaje de Reese Witherspoon. ¡UUUUUFFFFFF! Me sacaba de mis casillas: todo medido al milímetro, hija e hijo perfectos, hija pequeña a la que hay que atar en corto y manipular para que sea perfecta, trabajo perfecto, marido perfecto e impoluto. ¡Ufff! Lo dicho, irreal y que me ponía de los nervios.

Esta vida «idílica» contrasta con la vida que lleva el personaje interpretado por Kerry: cada pocos meses cambiando de ciudad o pueblo, todos sus bienes caben en un coche, se dedica al arte (fotografía, escultura…) pero tiene otros empleos para sobrevivir y mantener a su hija. Ésta acepta la vida nómada e itinerante hasta ese momento.

En esta serie se habla del concepto de familia, de que ansiamos lo que no tenemos y repudiamos lo que tenemos, de las relaciones madre-hija/o, de las relaciones marido-mujer, de la compra-venta de bebés, de la ética y la moral de esta práctica.

Y hasta aquí puedo escribir.

Disfrutad de la cultura que nos divierte y nos ayuda a abrir la mente.

Reflexiones lluviosas

Mientras me tomo un té, estoy sentada delante del ordenador, al lado de la ventana, viendo como llueve. Pienso que hoy, sí o sí, tendré que salir de casa para terminar mi mini jornada laboral acompañada del paraguas. Hasta el día de hoy me había librado de ese utensilio que siempre nos molesta, pero que necesitamos si no queremos caminar por la calle empapadas.

Durante la sesión de yoga matutina se me ocurrían frases que escribir en el post de hoy. Siempre me sucede en los peores momentos. Ley de Murphy suelen decir.

Normalmente soy de pensar, de reflexionar, pero esta pandemia está haciendo que mi Soledad y yo seamos convivientes obligados y que, en ocasiones nos llevemos regular. Esas reflexiones no tienen nada de positivo y la culpa es Suya.

En muchas ocasiones, la Soledad es autoimpuesta por responsabilidad, por coherencia, por precaución, por… En otras ocasiones la odio con toda mi alma y ella se ríe de mí desde el otro lado del sofá. No tiene piedad. Es rencorosa por todas las veces que la he apartado de mi lado cuando ella se aferraba a mí con insistencia.

Ahora se está tomando la revancha y, a veces, gana. Y se regodea. La muy…

La c****** se está instalando confortablemente a mi lado y no tiene intención de marcharse en mucho tiempo. Lo siento, lo noto, lo veo. Y la miro con odio, con rabia, con frustración. Pero no se da por aludida.

Ésta es la segunda semana que la noto tan pegada a mí como nunca lo ha estado la sombra de Peter Pan a él mismo. Me envuelve con su manto negro y enorme. Me susurra al oído que vamos a ser compañeras de piso durante mucho tiempo; más del que yo quisiera. Ella se ríe. Yo trato de ignorarla, ni la miro.

A pesar de que me gustaría «correr» (no en el sentido literal, bien lo sabe quien me conoce) por el monte, cuan cabritilla (como decía mi abuela), respirar aire puro, abrazar un árbol, mirar al cielo y «empaparme» de la tranquilidad de la naturaleza, ella me dice que no será posible, que aún tenemos que compartir mucho y que hay que hacer remodelaciones en esta casa que ahora compartimos.

Me niego. Aunque, a veces, cada vez más, las fuerzas flaquean.

Creo que tengo que cambiar de estrategia. Reflexionaré sobre ello acompañada por el sonido de la lluvia.