Por fin he terminado de ver la serie «Merlí», serie que dejó de emitirse en 2018. Varios intentos he tenido, pero al final, entre unas cosas y otras: no encontraba las tres temporadas; las encontraba, pero en catalán y no me apetece leer subtítulos; porque no me acordaba; porque no me apetecía en ese momento…
Bueno, pues finalmente la he visto por completo.
En sí, el concepto, el meollo (o lo que creo que es el meollo para mí), me ha gustado: una forma diferente de dar clase, un modo de hacer reflexionar, criticar, cuestionar lo que nos rodea.
Creo que en esta forma. Considero que hay que hacer las clases dinámicas, atractivas para animar a la infancia y adolescencia a que tengan ansias de saber, de conocer, de investigar. Les tenemos que animar a que reflexionen, a que se pregunten, a que no den nada por supuesto.
Se comprueba el éxito que tiene un profesor que es diferente, «problemático» para algunas personas, carismático y divertido para otras.
Vemos como «lo diferente» choca con lo cotidiano, con lo que consideramos que es normal. Comprobamos que se critica a aquello que se escapa de la norma.
Pero no todo es maravilloso, considero yo, en esta serie.
El protagonista es egoísta, manipulador, no llega al punto de la misoginia, pero sí es capaz de manipular a las mujeres para obtener lo que quiere de ellas (incluida su madre, «La Cadulch»). Es capaz de mentir para conseguir aquello que se propone: desde quedarse en casa con su madre, a seguir en una relación que a él le interesa.
Es el profesor-colega de la clase de Bachillerato, al que todo el mundo acude a pedir consejo. Se jacta de ello, pero también se queja por tanto trasiego de adolescentes y sus hormonas. Pero comprobamos que por su egoísmo y egocentrismo dejó «abandonado» a su hijo durante muchos años y, ahora, tiene que convivir con él, conocerle; y, en cierto sentido, parece que hace más caso al resto de adolescentes, que a su propio hijo.
Ese egocentrismo, esa manipulación para todo (para obtener de todas las mujeres lo que quiere y para conseguir sus propósitos en el instituto), esa imagen de hombre macho-alfa se va diluyendo muy lentamente a lo largo de las tres temporadas. No quiere que se conozca su sensibilidad, sus ganas de ayudar porque eso demostraría que él también necesita que le ayuden.
Es una serie que me ha dado una de cal y otra de arena. En cuanto a la docencia me ha encantado y he aplaudido su forma de explicar filosofía (ya me hubiese gustado a mí), pero, por otro lado, le hubiese arrancado los pelos del pecho uno a uno con fuertes tirones cada vez que veía cómo engatusaba, manipulaba a las mujeres a las que quería usar para obtener placer.
Para gustos, los colores.