Pegamento

Existe una psicóloga bastante mediática que habla de las personas vitamina. Rodéate de ellas, te dice. De hecho, hasta tiene un libro donde habla de las mismas.

Pero, yo quiero hablar de las personas que son pegamento. De aquellas que son capaces de unir a gente tan dispar que te puede parecer hasta normal esa reunión, la confraternización. Personas capaces de conectar y hacerse un hueco allá por donde van, siendo personas auténticas, cercanas, amables, buenas…

Afortunadamente, he conocido a una persona pegamento. La he tenido en mi vida hasta hace bien poquito. Y ahora se ha quedado pegada en mi corazón y ocupa un lugar especial en mi mente.

Él era el gestor, el organizador; un ser diplomático con mano izquierda que sabía cómo sortear, torear y acercar a las personas de distintos ámbitos, sabía cómo tratarles, cómo escucharles, cómo acercar posiciones aunque, después, en las distancias cortas y con las personas de su equipo, de su familia, pudieran salir sapos y culebras de su boca.

Era un ser humano y, como tal, las cosas le removían, le pesaban, le cansaban, le afectaban. Pero te lo decía con un tono de voz tranquilo y sereno, aunque notaras que, por dentro, estaba hirviendo.

Pero es nuestra persona pegamento. Era ese tipo de persona.


Un trabajador incansable al que le tenías que decir que bajara el ritmo porque quería llegar y estar en todo, sin delegar o delegando lo justo y, a veces, no lo necesario.

Recuerdo que en nuestras conversaciones, cuando me decía que le podía la migraña, que le dolía la espalda, que estaba hasta arriba… cuando yo le respondía que tendría que bajar el ritmo, esas palabras me retumbaban en mi mente, como una goma elástica que hubiéramos soltado los dos a la vez y que me recordaba que yo también tendría que hacer lo mismo.

Consejos vendo, que para mí no tengo.

No sé la de veces que habíamos dicho que, cuando bajáramos el ritmo, cuando viniera tranquilamente a Salamanca, nos tomaríamos unas cañas (bueno, él, yo ya sabía que me decanto por el Trina de limón).

Recordando lo de bajar el ritmo, me viene a la mente mis propias palabras cuando he dicho a diestro y siniestro que, tras mi cumpleaños, reduciría el ritmo, descansaría, pues mi cuerpo lo estaba notando.

Pero no me has dejado.

En un giro de guión inesperado, has conseguido volver a juntarnos como la persona pegamento que eres (eras).

Tú siempre eras capaz de hacerte cientos de kilómetros para pasar unas horas con tu equipo de balonmano, con la cuadrilla en Irún o desconectar en Londres con tu compañera de vida.

También eres (eras) capaz de sacar tiempo para, entre informe e informe, memoria y memoria, proyecto y proyecto, organizar una quedada de arqueólogos y allegadas para disfrutar de cientos de historias, de cervezas, de risas, de excursiones… Tú tienes (tenías) ese don especial para agrupar a las personas, para unirnos, para crear y formar parte de un equipo humano.

En medio del caos por los incendios, en medio del mes de agosto que nos va anunciando el final del verano, nos has convocado a toda tu gente alrededor de unas cervezas para hablar de ti, recordarte en presente, porque creo que no asumiremos nunca tener que hablar de ti en pasado y que físicamente no te vayamos a volver a ver ni escuchar.

Nos dejas descolocadas, sonriendo al recordar esas anécdotas arqueológicas y esos viajes recorriendo España de norte a sur, de una punta a otra para combinar el trabajo y el placer, la amistad y el deporte. Porque en tu corazón cambían todas tus múltiples tierras.

Hablaremos de El Bierzo, del balonmano, de las calles de Irún, de las cañas en alguna terraza o en algún bar de la tierra charra, de tu amor por el pueblo y la comarca, de La Ramajería, del patrimonio cultural y arqueológico…

Seguiré anotando, en la libreta imaginaria, los múltiples temas de conversación que nos quedan pendientes, el proyecto de didáctica al que le tenías tantas ganas y para el que no encontrábamos el tiempo y/o el momento para sentarnos y planificar.

Me quedaré con las ganas de seguir trabajando contigo, mano a mano, con mi grupo de arqueólogos de Red Cultural del que estoy tan y tan orgullosa.

Nunca olvidaré cómo llegamos a conectar sólo conociéndonos por lo que nos podía haber contado una persona que tenemos en común. Tampoco olvidaré cómo siempre estabas dispuesto a echarme una mano en el trabajo (y fuera de él), cómo eras capaz de plantearme retos que sabías que llevaría a cabo porque me encantaba (y encanta) enfretarme a ellos; nuestros piques graciosos y las disputas por nuestro «niño» del que teníamos la custodia compartida.

Gracias por ser, por estar, por ser esa persona pegamento tan especial, por tus abrazos de oso, por tus risas contagiosas, por escuchar y por hablar, por ser capaz de crear grupos y conectar a tantas personas.

No te podré dar nunca un punto violeta, porque eres (eras) una persona comprometida con todo aquello en lo que creías, una persona íntegra, con valores de comunidad, escucha, cuidado, comunicación, solidaridad, generosidad, trabajo, entrega… Tu corazón es (era) mucho más grande que tú y eso se notaba.

Querido Señor Duque, querido jefe, hoy y siempre estarás en mi corazón, en mi recuerdo y en el de tanta gente.

Nos volveremos a encontrar y departiremos con una cerveza en la mano.



Guadiana

Una mala jugada del destino ha hecho que nos volvamos a encontrar sin la posibilidad de la existencia de un diálogo fluido y el intercambio correspondiente de abrazos intensos.

Algo o alguien ha hecho un trato con quien porta la guadaña para que te vayas con ella igual que hace casi 24 años ocurrió.

La vida y sus jugarretas.

En algún lugar he leído: se muere una vez, pero se vive todos los días.

Eso nos toca a la que gente que nos quedamos aquí: seguir viviendo y apoyándonos porque tu marcha ha sido demasiado prematura y sorprendente.

En cualquier lugar donde hubiera alguien hablando en grupo se escuchaba lo mismo: otra vez igual, es increíble.

A nadie nos parecía real, aunque todo estuviera lleno de flores, aunque en la sala se escucharan llantos y suspiros.

Te has marchado, pero dejas cientos de recuerdos coronados por tu amplia sonrisa y tu energía.

Aparecías y desaparecías cuándo y cómo querías, sin dar explicaciones. Pero cuando lo hacías, era como si no hubiera pasado el tiempo entre abrazo y abrazo.

La vida nos había llevado por caminos diferentes, por ciudades distintas.

Pero, hasta en la ciudad más grande, la casualidad hacía que nos encontráramos.

Nos quedarán, en el cajón de los recuerdos, en el corazón y en la mente, esas conversaciones veraniegas de adolescencia, esas peleas por leer el primero el siguiente capítulo de una historia que no vio la luz, esas convivencias con guitarra al hombro y risas por doquier, esos paseos por Madrid poniéndonos al día sobre nuestra nueva faceta en la vida, esas cenas en locales calurosos en la Salamanca de julio, esas conversaciones incómodas que sacaban una sonrisa y subían los colores, …

Te apodé el Guadiana porque aparecías y desaparecías.

Te extrañé hasta cuando hubo malentendidos que no se desliaron, sino sobre los que dejaste correr un tupido velo para no verlo más, como si no hubiera pasado nada.

Te extrañé en la distancia, aunque no lo dijera y te extrañaré hasta cuando no lo diga.

Resultará raro no felicitarte y escucharte decir: dentro de nada te toca a ti, pequeña. Y responderte: pero tú siempre serás mayor que yo.

Querido amigo, tú estarás feliz, allá donde estés, iluminando la estancia con tu eterna sonrisa y vigilando a todas las personas que has dejado aquí.

Harás frente común con el rubio que te ha estado esperando y disfrutaréis de las vistas, haciendo que vuestros seres queridos noten vuestra presencia.

Te quiero, mosquetero.

Te quiero, amigo.

Dejar

Mucho tiempo sin pasarme por aquí.

Demasiado, tal vez.

Pero como dice un amigo: la vida nos arrolla.

Ha sido una temporada larga de muchos desafíos, retos, tener la mente a mil cosas, todo daba vueltas y que, aunque pretendía estar bien, sólo lo lograba a veces, aunque sólo fuera por un período corto de tiempo.

Doy gracias por la gente que tengo a mi alrededor que es familia porque, sabiéndolo o sin saberlo, eran mi norte.

Mi madre siempre me dice que me lío en cientos de cosas.

Tiene razón. Pero si yo elijo liarme es porque creo que esas cosas me harán bien o porque tengo fe en aquello que voy a hacer.

Siempre me implico. Me guste o no.

El mes de mayo ha sido un mes de tomar decisiones. Pero decisiones de las que eres consciente, no de ésas que las tomas sin querer, por desidia (ahí también estás decidiendo). Ha sido un mes de dar vueltas y más vueltas, de hablar siempre de lo mismo, de escuchar opiniones, de ver miradas de preocupación que no se traducían en palabras que lo expresaran.

Ha sido la primera vez que, por decisión propia, tomo la decisión de dejar un trabajo.

Pero, ¡estás loca!

Seguro que piensa alguna persona.

Pues sí, prefiero ser una loca cuerda que es fiel a algunos principios, que trata de cuidarse (he tardado en darme cuenta de la necesidad de hacerlo) y que antepone su propio cuidado antes que al trabajo.

¡Qué valiente eres!

Dirán otras personas.

Quizás, tal vez, puede ser. No lo tengo claro.

De lo que sí estoy segura es de que ya no podía más. Que prefería la incertidumbre de qué pasará, a seguir sufriendo la presión diaria (incluso en fin de semana), las malas maneras, las mentiras, los obstáculos impuestos, las reuniones que no eran tales…

He aguantado más de un año y medio en un proyecto en el que creía (y creo), en el que he encontrado a personas maravillosas a pesar del machismo imperante, en el que me he demostrado que puedo coordinador y llevar un equipo como yo creo que debe hacerse (los resultados están ahí), en el que he disfrutado dando clase en el medio rural, en el que he descubierto nuevos lugares, en el que he trabajado «en el territorio», en el que he luchado por lo que creo que es justo no para mí, sino para mi equipo,…

Pero llega un momento en el que tienes que sopesar, tienes que poner en la balanza y decidir, aunque esa decisión te lleve a una incertidumbre.

No me arrepiento de «dejar». No echo de menos prácticamente nada de aquello. De vez en cuando voy a echar mano de un teléfono que tengo, pero que ya no sirve para ese trabajo. Pero se me pasa enseguida. Sigo en contacto con quienes merecen la pena. Han entrado en mi vida y en mi corazón. Tengo grandes recuerdos de risas, enseñanzas, viajes, lugares, mujeres, compañeras/os, retos, contactos…

De todo se aprende. Todo deja poso.

De vez en cuando, recomiendo «dejar».

Me amaré mejor al desnudo

Justo hace una semana, a estas horas (19.14) estaba terminando la presentación de mi segundo libro, «Me amaré mejor», en Espacio Intruso de Salamanca.

Fue un «desnudo» prácticamente integral en un encuentro íntimo con todas las personas que me quisieron acompañar esa tarde. Hubo sorpresas inesperadas que ablandaron más el alma y el corazón, lágrimas de emoción, de alegría, de recuerdos…

«Me amaré mejor» es un recordatorio para todas las personas pero, sobre todo, para mí misma de que no es más importante amar más, sino que lo conveniente es que nos amemos mejor, que nos queramos a pesar de todo.

Reconozco, y no me avergüenzo de ello, que lloré lo más grande delante de unas 30 personas conocidas, cercanas, amigas, familia…

De forma conjunta hice un repaso por distintas partes del libro, el cual recoge los artículos publicados en el diario digital Noticias Salamanca desde que comencé mi andadura en 2022 hasta febrero de 2023. Invité a todas las personas asistentes a que reflexionaran sobre algunos de los temas que trato en el libro:

«La importancia de los recuerdos» cuando se cambian las tornas y pasas de ser cuidada a cuidar con amor, dedicación, templanza (a veces), cariño, paciencia…

«Mamá», palabra tan hermosa y, a la vez, tan odiada cuando se escucha de forma incansable por casa.

«Mujeres» y «Te-tas» porque parece que damos miedo aquellas mujeres que alzamos la voz, que más o menos tenemos claro lo que queremos, lo que no queremos a nuestro alrededor, lo que ansiamos, lo que nos remueve, lo que apartamos… Porque el camino para reconocernos como seres humanos auténticos, capaces, dispuestos, con voz ha sido largo y tedioso, porque seguimos encontrando piedras en el camino que nos cuesta apartar, pero que lo conseguimos con esfuerzo, sudor, lágrimas y sororidad.

El capacitarte como mujer, el empoderarte y aprender a quererte mejor cuesta, porque nos han inculcado, desde antes de nacer, que no merecemos determinadas cosas, que no somos capaces de otras tantas y que nuestro camino viene marcado por lo que deciden los demás.

Pues esto se acabó. «Me amaré mejor» para ser yo misma, para creerme de lo que soy capaz y de lo que valgo, para confiar en todas las cualidades que las personas que me quieren ven en mí y que yo no soy capaz de ver.

«Me amaré mejor» está disponible en amazon, pero también podéis preguntarme por él en mis redes sociales.

Soy Castle, Richard Castle

Llevaba tiempo con ganas de escribir sobre esta serie.

Me encuentro viéndola de nuevo. Ahora, tal vez, de vez en cuando, haciendo un análisis (no muy profundo) sobre la imagen que se da en ella de diferentes temas.

Tengo que decir que es una serie, para mí, de entretenimiento, no para pensar y sacar punta (aunque lo hago, lo sabéis).

Nos encontramos a un protagonista que ha adquirido su fortuna escribiendo libros. Necesita una nueva inspiración para seguir escribiendo y decide tirar de absolutamente todos sus contactos, varones, para ser el perrito faldero de un equipo de homicidios de Nueva York.

Ella, Kate Beckett, es la antítesis: una mujer fuerte, que sabe lo que quiere, con sus traumas personales que sobrelleva, valiente, ambiciosa, segura de sí misma, que no se deja avasallar.

Él, es un escritor de éxito, mujeriego, que se vale del dinero y de los contactos para conseguir, entre otras cosas, sus caprichos.

Pero, finalmente, son capaces de complementarse y de trabajar juntos, en equipo. Cada uno aporta a la otra parte lo que necesita en cada momento. Él está al lado de ella (y de los otros dos compañeros) para apoyarla y ayudarla (en la medida de lo posible y, en ocasiones, estorbando más que ayudando, pero lo importante es la intención, ¿no?). Él la anima a ver los casos desde otra perspectiva para llegar a atrapar al malo/la mala. Ella es capaz de ser tajante con él cuando lo merece, de cortarle cuando se pasa, de pararlo en los momentos precisos, sin dejarse avasallar por ser un hombre.

Es curioso que cuando cambia la dirección de la comisaría y llega una mujer para tomar las riendas, no se hace llamar «capitana», sino que se hace llamar «Señor» y «Capitán». No sé si ha sido una traducción o realmente, en la versión original, no hay diferencia entre el femenino y el masculino. Dejando de lado esto, he de decir que me choca bastante que una mujer obligue a utilizar el masculino para dirigirse a ella en el trabajo. Quizás es que ella piensa que se la valorará, se le tendrá más en cuenta, se la juzgará menos si adopta, no sólo, la actitud de los varones en un puesto de responsabilidad, sino también el término.

Por otro lado, vemos el machismo puro y duro en las respuestas de Castle, Ryan y Espósito cuando hay delante una «tía buena» o cuando, por gajes del oficio, tienen que ir a un club de estriptis o un puticlub. En estas escenas asoman los rasgos neardentales de los hombres y es algo que tiene que soportar la Inspectora Beckett quien, en algún momento, les tiene que parar los pies.

Podemos ver la evolución de todos/as los/as protagonistas en diferentes ámbitos. Vemos, quizás, como el protagonista, sin perder su esencia, se vuelve más entrañable, menos insoportable y como es capaz de dejar de lado sus propias «necesidades» para estar al lado de su compañera de forma incondicional.

También el papel de la hija de Castle es muy importante. Ella es la inteligente, la responsable, la madura y la adulta de la relación padre-hija. Se comprueba como ella pone cordura ante las ideas alocadas que quiere llevar a cabo su padre, aunque a veces se deje llevar por esas locuras inocentes. Es capaz de darle, también, otra visión, de demostrarle que va creciendo a lo largo de las temporadas y que tiene que dejar de tratarla como una niña (eso es imposible cuando eres madre o padre).

Si te paras a pensar, la mayor parte de las series de TV abordan el tema de la muerte violenta y dramática, como si fuese lo único que pasara en el mundo.

Nos lo tenemos que hacer mirar.

Pobreza

Soy pobre.
No es esa pobreza que me lleva al riesgo de exclusión social, pero soy pobre.
Tengo que reconocer que ahora el sueldo que tengo, para mi ciudad, no está mal, por fin, después de bastantes contratos durante bastantes años, tengo jornada completa… A pesar de todo esto, mi salud mental se está resintiendo bastante.

Soy pobre, soy mujer, sola y madre. Menudo combo compañeras y compañeros.

Gracias a las becas, mi hija ha tenido la oportunidad de estudiar un módulo de formación profesional y una carrera. Si no hubiese sido así, yo, posiblemente, no hubiera podido pagarle unos estudios.

Gracias a la reforma laboral, tengo un contrato indefinido, aunque sea fijo discontinuo. Pero se acabó la trampa del contrato por obra y servicio interminable.
Gracias a esta reforma laboral, una «entidad» me decía que no me podía volver a contratar porque esta reforma bla bla bla. Excusas por miedo, por desconocimiento, porque le resultaba más cómodo, y un largo etcétera.

Gracias a estos cambios producidos en estos casi cuatro años, el salario mínimo interprofesional ha subido y estamos más cerca de cobrar un salario más digno. Ya no nos pueden pagar la miseria que pagaban antes, sino que el salario base es más elevado que hace 4 años; y esto no ha hecho que la economía decrezca, ni que haya más paro ni toda la serie de catástrofes que nos decían que sucedería.

Antes, he estado tiempo mal sobreviviendo con mierdas de contratos de unas horas por obra y servicio, por obra y servicio cobrando bastante menos de lo que me correspondería por el trabajo desarrollado.
Y también gracias a mi madre y mi padre que siempre me han ayudado, por supuesto.

Gracias a la labor realizada durante estos casi 4 años, ella y él han podido ver que su pensión ha subido algo, pensando en echar siempre una mano a sus vástagos.


Soy pobre porque vivo, afortunadamente, en un piso y escucho todas las noches como el vecino tira de la cadena antes de meterse en la cama o como su hijo juega en el ordenador con no sé cuantos amigos al otro lado de la línea, da igual la hora que sea; o escucho al vecino de al lado diciéndole a uno de sus hijos que se meta en la cama y apague la tablet; o participo en las risas y conversaciones de la vecina que tengo salón con salón y le digo «salud» tras su estornudo.

A pesar de que mi sueldo ha mejorado, sigo siendo pobre porque miro las ofertas en el supermercado y prefiero comprar marca blanca antes que gastarme el doble porque es de la marca «Perico el de los palotes».
Soy pobre porque sigo teniendo el mismo coche que hace 17 años (y que aguante, por favor).
Soy pobre porque hago números para tratar de salir un fin de semana largo con las amistades y que nos salga lo más barato posible. ¡Vivan las casas rurales compartidas!

Soy pobre porque cuando quiero hacer algún curso que me interesa profesional o académicamente, le doy cientos de vueltas y busco diferentes opciones para ver cuál es la más barata. Porque, claro, si pago ese curso, me lo tendré que quitar de algún sitio o tendré que pensar que el móvil que necesita mi hija tendrá que ser de una gama inferior o…

Seguiré siendo pobre toda la vida porque no confío mi futuro financiero a que me toque la lotería o el euro-millón.

Soy pobre porque casi mi único capricho son los libros y me sienta mucho mejor pasar tiempo con mi familia y amistades, antes que un viaje a Laponia que no puedo pagar o que lo tendría que pagar pidiendo un crédito que estaría pagando eternamente.
Tengo cabeza y dos dedos de frente o tres.

Soy pobre porque me pienso mucho el comprar determinadas cosas que necesito por trabajo o porque la evolución de la sociedad me obliga. He tardado años, literal, en comprarme una batidora.

Soy pobre, pero quiero que las cosas vayan mejorando poco a poco, aunque yo no las vea, pero que sí las puedan disfrutar mi hija y mis sobrinas.

Soy pobre, pero los avances sociales harán que mejore mi vida, pero también la vida del vecino de arriba que me trae por la calle de la amargura, y la de mi hija, la de mis sobrinas, la de mi hermana, la de mi hermano, la de mis amistades, incluso la de mi padre y mi madre.

Eres pobre y si no te das cuenta de las mentiras que te quieren hacer colar determinadas personas con eso de las bajadas de impuestos, etc. Háztelo mirar, en serio, desde el cariño.