Hacía mucho tiempo que no tardaba tan poco en leer un libro. Creo que, en esta ocasión, ha sido menos de una semana. También hay que contar que los 4 días «festivos» de Semana Santa me han ayudado bastante a conseguirlo, ya que me he propuesto estar un poco de «relax», pero poco, no siendo que luego me acostumbre y me tire a la bartola más tiempo del debido.
Bueno, que desvarío y luego me cuesta centrarme. Esta semana os traía un recordatorio de un post que escribí hace ya algún tiempo, pues necesitaba que la inspiración volviera a mí para escribir algo que realmente me llenara. Pues la he encontrado y, por ello, os traigo una recomendación literaria.
Hoy os voy a hablar de este libro que, desde el primer momento, me llamó la atención, quizás por quien lo había escrito, quizás porque pensaba que iba a dar las pautas, desde su punto de vista, de cómo debería ser la educación.
La verdad es que lo tomé entre mis manos con ansia. He tardado en empezarlo, pero cuando lo he hecho, he aprovechado cada minuto que tenía libre para sentarme en el sofá y leer, en el taburete de la cocina mientras desayunaba o preparaba la comida para reírme con las ocurrencias de los niños y las niñas que este profesor ha transcrito…
Guardando las distancias, me identifico con lo que él plantea. Digo guardando las distancias, porque yo no soy maestra de escuela, pero sí trabajo con niños y niñas y sí pienso que hay que centrarse en otras cosas y otros valores antes de empezar a «meterles» en sus cabezas datos y más datos. Como él, pienso que según se van haciendo mayores, pierden esa inocencia, esa espontaneidad para decir lo que piensan y sienten y, cuando llegan a la edad adulta, más o menos, son incapaces de establecer relaciones sociales auténticas en las que no sea un motivo de burla expresar lo que se siente.
Con los talleres de ADAVAS me encuentro con las «quejas» o «justificaciones» de profesoras y profesores en relación con el cumplimiento de una programación que les deja poco tiempo para otras cosas. Pero, considero, que hay determinados valores y determinados temas que se pueden trabajar de forma transversal en todas las asignaturas… El ejemplo lo tenéis con este profesor que fue nominado al Nobel del profesorado.
Me encantan sus ideas, su forma de trabajar con la chavalería, su espíritu y su ilusión por lo que hace. Una nueva educación es posible. Pero para ello, hay que cumplir dos obviedades, como él escribe al comienzo del libro:
Obviedad a cumplir I: La educación debe estar por encima de cualquier gobierno.
Obviedad a cumplir II: Cuando se escriba una nueva ley de educación, sería interesante que en esa mesa de pensadores estuvieran sentados los educadores que trabajan todos los días con niños/as y adolescentes.
Creo que esta segunda obviedad es la más importante de todas. Se olvida que las leyes tienen que aterrizar en el piso, tienen que tener en cuenta la práctica, el día a día para que sean efectivas al 100%.
Seguro que César Bona tiene muchos detractores dentro del profesorado y fuera de él, pero porque no nos suelen gustar los cambios, nos da miedo lo distinto y no somos capaces de ver «más allá de nuestras narices», como decía Mary Poppins.
Este profesor, o maestro, da voz a las niñas y a los niños, porque son ellos los que tienen que sentirse incentivados, motivados para seguir aprendiendo. Porque viven en el presente y tienen que aprender para, en el futuro, ser unas buenas personas adultas capaces de gestionar situaciones conflictivas, problemáticas y saber identificar qué les pasa. Si no se les escucha, si no se les da voz estamos perdidos.