He tenido la gran suerte de poder despedirme de ti. Sin palabras. Sólo con gestos. Pero, al menos, pienso que fue una despedida y traté de hacerte llegar lo que sentía y siento.
Esta maldita pandemia no nos ha permitido vernos todo lo que nos hubiera gustado o hubiéramos querido; pero, al menos, nos hemos visto. Espero que, a través de la mascarilla, pudieras sentir todo lo que mis ojos querían decirte y expresarte.
En los últimos años hemos compartido momentos y cada vez te encontraba más parecidos con el abuelo José Antonio. No sólo porque te gustaba tallar la piedra de Villamayor, sino por esas manos… Igualitas a las suyas. (Tu hermano el pequeño también las tiene muy parecidas, por no decir iguales. Los genes imagino). Pero también te encontraba parecido con la abuela Rosa, aquella mujer a la que tanto nombrabas y añorabas: ese gesto de tu mano apoyado en la frente, como pensativo/a, pero que, en realidad, era de descanso mental (creo yo).
No nos hemos visto todo lo que quisiéramos, se han quedado conversaciones en el tintero sobre ese libro-tesis que también es tuyo porque me apoyaste, me acompañaste, me abriste miles de puertas y ventanas. Siempre estaré agradecida por toda la ayuda, por alojarme en vuestra casa y hacerme más llevaderas las estancias en Madrid. Una ciudad que me enseñasteis a respetar y añorar. Ciudad a la que querías que volviera para quedarme y estar cerca. No sé si se logrará o si permaneceré en tu añorada tierra charra, pero cada vez que vuelva a Madrid, será un guiño hacia ti.
Recuerdo que al principio de este bicho que te ha llevado, hace 3 ó 4 años, no lo recuerdo bien, me decías, con cara de preocupación, que quien te preocupaba era tu mujer (mi tía) porque también, en ese momento, estaba pachucha. Pero al final, por quien debíamos preocuparnos era por ti. Tú, siempre tan cuidadoso con tu salud, fuerte, enérgico…
Pero siempre, siempre estarás con nosotras, con nosotros. Formas parte de nuestros recuerdos más preciados: esas Navidades cuando éramos pequeñas, la llamada de Papá Noel en casa de la abuela y el abuelo… O esas cenas en casa de tu hermana, a la que adoras y por la que siempre te has preocupado aunque no hayas dicho nada. Ese «tubito» siempre preparado en la mesa, mientras jugabais a las cartas o, últimamente, al «rummy», pero sin «tubito». La edad sería, o la jubilación…
Siempre recordaré (gracias a las fotos) esa última Navidad, o post-Navidad, que pasamos juntos, con la abuela, previa a la pandemia (quién nos lo diría), haciendo el bobo con tu sobrina-nieta mayor para quien eras el Tío-Yayo, los dos agarrados del brazo, entrando en el salón ante la atenta mirada de las más pequeñas de la familia. Fue de los últimos momentos que vivimos juntos. ¡Quién nos lo diría!
Hay multitud de momentos que se quedan grabados en la retina, en la mente y en el corazón. Desde mi infancia, siempre presente.
Recuerdos de cumpleaños, vacaciones de Navidad, bautizos, comuniones, vacaciones en La Alberca, «vacaciones» en Madrid… Siempre te tendré en mi memoria cantando a pleno pulmón: «tengo una virilidad, tú lo sabes muy bien, estás muy enterada….». Haciendo tuya una versión de un anuncio de TV de unas Navidades ya, bastante pasadas.
Te recuerdo sentado en una de las butacas del salón de la Facultad de Derecho de la UNED, escuchando, en primicia, lo que sería la defensa de mi tesis doctoral; ésa que me/nos costó tanto. Me acompañaste porque te hacía ilusión y yo no pude (ni quería) decirte que no. Y, días después, a pesar de tener a la abuelita ingresada, compartiendo esos momentos de tensión, de nervios, de emoción y de alegría con «mi» gente venida de Salamanca (y de Madrid).
Luego te acompañamos en la operación. ¡Cómo no iba a ir! Y unos días después, nos volvimos a encontrar en el acto de celebración de Doctorado. Estabas cansado, recién operado, pero ahí os reuní a los tres hermanos (y a la tía), comimos juntos, tranquilamente en casa y os dije que ya os invitaría en Salamanca. Pero no ha podido ser.
No han podido ser tantas cosas al final. Pero te tenemos presente, te añoramos, te queremos infinito y siempre, siempre, siempre estarás con nosotros/as, tu familia.
Afortunadamente, tengo otra estrella más en el cielo que me guiará en los momentos duros y que me alumbrará cuando haya alegrías que celebrar. Una estrella que se encuentra al lado de dos estrellas grandes, que son el abuelo y la abuela.
Te quiero tío Andrés.