Formas de hacer daño

Hace unas semanas se volvió a hablar sobre la libertad de expresión y la censura.

Todo ello como consecuencia de la noticia de la publicación de un libro que se centraba en la versión de un asesino «confeso» (en el libro parece que lo reconoce así). Un hombre que asesinó a su hija y a su hijo para seguir perpetuando el sufrimiento de una mujer (madre) que había decidido separar su vida de la de este hombre e iniciar un nuevo proyecto.

Nuevamente no se tiene en cuenta a una de las partes de la misma historia y la perspectiva se toma, únicamente, desde el lado de quien ve el 6, en lugar del nueve.

Yo creo que no todo vale ni en política ni en la literatura ni en la vida misma.

Hay una editorial que, en mi opinión, quiere jugar con el morbo y hay un autor que no ha sabido contar la historia.

Hablo desde el desconocimiento profundo del contenido literal de un libro que ni pienso comprar ni leer.

Mi querida Bárbara Zorrilla lo explica en una colaboración con Infolibre: https://www.infolibre.es/igualdad/culpa-revictimizacion-extension-violencia-libro-crimen-machista-breton-llega-librerias_1_1966756.html

Miguel Lorente Acosta añade una cuarta categoría a los libros: papel, digital, audiolibro y odiolibros.

¿Qué necesidad hay, 14 años después, de revivir todo lo acontecido? ¿Qué se obtiene de esto? ¿Aporta algo? ¿En algún momento se ha pensado en la madre?

Este libro, en cuestión, volvió a poner el foco en una madre que, imagino, estará tratando de recomponer su vida tiempo después.

Este libro es otra treta más de violencia de género por parte de un ser que sabe perfectamente lo que hace y que, desde ese lugar que le priva de libertad de movimientos, sigue buscando los mecanismos para dañar a una mujer que decidió que no quería estar más con él.

Lo académico

Me he currado un artículo sobre los cincuenta años de feminismo en España que me ha llevado un mes y medio de búsqueda de información, documentación, lectura y escritura.

Estudiaba y escribía después de mis siete horas de trabajo, quitando tiempo a charlar con la familia y/o dedicarme al noble arte de no hacer nada o al de contemplar el horizonte desde el sofá.

Intuía, muy a mi pesar, que aunque le había puesto tanto empeño, había estudiado y aprendido, no era un artículo lo suficientemente bueno como para su publicación en la correspondiente revista. Además, yo no pertenezco al ilustre campo universitario ni del pensamiento reconocido.

Mi intuición se hizo realidad.

Es un artículo que no aporta nada nuevo y no está a la altura de la academia. Me dijeron.

¿Será que no estoy hecha para escribir de forma tan rimbombante? ¿Será que me falta ese aura de persona bohemia e intelectual?

Se trata de un artículo sobre el feminismo en España desde la muerte de Franco hasta la actualidad. Un repaso histórico a lo que ha acontecido en España desde el movimiento feminista. Su lucha y sus logros.

Creo que sobre la historia del feminismo poco más se puede escribir que no se haya hecho ya (aunque mis amigos historiadores puedan estar en contra de estas palabras). Salvo que nos centremos en hacer un análisis actual de esta cuarta ola, donde el foco se está poniendo en el ciberactivismo, en el uso de la tecnología como medio para tratar de hacer pedagogía feminista. De todo lo anterior, se ha escrito ya mucho.

Si me centro en la actualidad, creo que no se hace una valoración de los 50 años de feminismo en España desde la transición política.

Tal vez sea yo que no estoy hecha para esta escritura tan cuadriculada, seria y académica.

Siempre lo digo: soy la oveja negra y a mucha honra.

Lo escrito ahí está. Ya veré dónde lo publico, si merece la pena.

Hay que mencionar mucha bibliografía que te quita palabras para el texto que da la información. Porque esto no va de folios, sino de número de palabras.

Me recuerda a mi tesis.

Mi primera directora sólo me pedía más bibliografía y más jurisprudencia, sin detenerse a corregir y valorar el contenido de lo escrito; lo cual me generaba una frustración y estrés.

Me quedo con lo investigado, con lo leído y lo aprendido.

Y, como me escribió alguien: lo importante es participar y seguir aprendiendo.

Guadiana

Una mala jugada del destino ha hecho que nos volvamos a encontrar sin la posibilidad de la existencia de un diálogo fluido y el intercambio correspondiente de abrazos intensos.

Algo o alguien ha hecho un trato con quien porta la guadaña para que te vayas con ella igual que hace casi 24 años ocurrió.

La vida y sus jugarretas.

En algún lugar he leído: se muere una vez, pero se vive todos los días.

Eso nos toca a la que gente que nos quedamos aquí: seguir viviendo y apoyándonos porque tu marcha ha sido demasiado prematura y sorprendente.

En cualquier lugar donde hubiera alguien hablando en grupo se escuchaba lo mismo: otra vez igual, es increíble.

A nadie nos parecía real, aunque todo estuviera lleno de flores, aunque en la sala se escucharan llantos y suspiros.

Te has marchado, pero dejas cientos de recuerdos coronados por tu amplia sonrisa y tu energía.

Aparecías y desaparecías cuándo y cómo querías, sin dar explicaciones. Pero cuando lo hacías, era como si no hubiera pasado el tiempo entre abrazo y abrazo.

La vida nos había llevado por caminos diferentes, por ciudades distintas.

Pero, hasta en la ciudad más grande, la casualidad hacía que nos encontráramos.

Nos quedarán, en el cajón de los recuerdos, en el corazón y en la mente, esas conversaciones veraniegas de adolescencia, esas peleas por leer el primero el siguiente capítulo de una historia que no vio la luz, esas convivencias con guitarra al hombro y risas por doquier, esos paseos por Madrid poniéndonos al día sobre nuestra nueva faceta en la vida, esas cenas en locales calurosos en la Salamanca de julio, esas conversaciones incómodas que sacaban una sonrisa y subían los colores, …

Te apodé el Guadiana porque aparecías y desaparecías.

Te extrañé hasta cuando hubo malentendidos que no se desliaron, sino sobre los que dejaste correr un tupido velo para no verlo más, como si no hubiera pasado nada.

Te extrañé en la distancia, aunque no lo dijera y te extrañaré hasta cuando no lo diga.

Resultará raro no felicitarte y escucharte decir: dentro de nada te toca a ti, pequeña. Y responderte: pero tú siempre serás mayor que yo.

Querido amigo, tú estarás feliz, allá donde estés, iluminando la estancia con tu eterna sonrisa y vigilando a todas las personas que has dejado aquí.

Harás frente común con el rubio que te ha estado esperando y disfrutaréis de las vistas, haciendo que vuestros seres queridos noten vuestra presencia.

Te quiero, mosquetero.

Te quiero, amigo.

Buen Camino

Ruidoso silencio el que se descubre por el Camino que te lleva a Santiago de Compostela.

Silencio que te embarga al mirar a tu alrededor para no perder detalle de cada milímetro del paisaje que te acompaña, que te rodea.

Silencio porque, en muchos casos, eres tú misma hablándote en silencio, paseando por zonas lejanas y pasando por pequeños cementerios que están llenos de almas que te protegen.

Ruidoso porque escuchas los cantos de los pájaros. Cantos nuevos de aves desconocidas, quizás, pero otros nada extraños. Grillos, cigarras… Que se alborotan al paso de pisadas desconocidas que son habituales casi todo el año.

Ruidoso por las voces de las y los peregrinos que mantienen conversaciones tranquilas según van avanzando en el trayecto. O conversaciones que se tornan en pequeñas discusiones sobre la cotidianeidad que se introduce en la marcha.

Ruidoso por los saludos matutinos, cuando ni ha apuntado el alba, y la frase mágica que te acompaña día a día hasta que llegas a tu destino: «Buen camino».

Sonrisas sudorosas. Sonrisas de ánimo para subir esa cuesta que se tuerce y que te hace nublar el sentido.

Risas por anécdotas narradas sin filtro.

Ruido al finalizar la etapa, cuando intercambias comentarios, cervezas o refrescos y decides entrar en la ducha tras un duro trayecto.

Ruido que se apaga, o se intenta, al apagar las luces esperando un nuevo día que te dé la fuerza necesaria para recorrer otros kilómetros que te permitan llegar, lo más lozana y fresca posible, a Santiago de Compostela.

Dicen que el Camino es una aventura.

Cierto que lo es. Te planteas retos sin querer, queriendo, y consigues aquello que pensabas que no lograrías.

Hablan de la «magia del Camino».

También es cierto por el paisaje, el compañerismo, el respeto, la ayuda, los lugares que transitas, las imágenes que no hay cámara fotográfica que sea capaz de retratar y reflejar la belleza de lo que discurre a tu paso.

La «magia del Camino» te embarga y te llena el alma y el corazón.

Todas las emociones se juntan dentro de ti y las gestionas a trompicones. Dejas que se deslicen y que salgan a través de las lágrimas que no expresan dolor, sino agradecimiento, serenidad, paz.

Una vez llegas a tu destino, el Camino forma parte de ti, quieras o no. Eres una peregrina más y estarás marcada para siempre.

Colores

La Diversidad de colores da alegría a la vista y al corazón.
Los colores dan vidilla a este mundo, a esta sociedad que se parece a los hombres de gris que describía Michael Ende según el tinte que va tomando.
La monotonía es algo aburrido, que nos convierte en seres mecánicos, en auténticos autómatas.


Ni todo es blanco ni todo es negro. Entre medias hay una amplia variedad de gamas de colores que puedes combinar de la mejor manera posible. Pero cuidado, no todas las combinaciones son buenas.

Por ejemplo, el azul y el verde no dan buen resultado. Se empeñan, tratan de mezclarse, pero cada uno de ellos tiene su orgullo, quiere gozar de más espacio, quiere imponer su criterio, llevar la razón siempre y, a corto plazo, no dan esa alegría de la que hablaba al principio. Al contrario, dan repelús.

Blanco, rojo, rosa, marrón, negro, violeta… Una gran cantidad de colores que impregnan nuestra sociedad, haciéndola más auténtica, más divertida, más diversa y más multicultural.

Existen personas que niegan que existan más colores que los que nos dijeron que componían el arco iris. Hay más de 7, por supuesto, y nuestra sociedad española lo está demostrando.

Hablo de colores, pero también hablo de personas.

Hay quienes se empeñan en ponernos un sello, como hacen al ganado, para identificarnos como «marca España», lo auténtico. Pero no se dan cuenta que lo verdaderamente auténtico es la variedad. Nos enriquece tanta diversidad de culturas, de personas, de ideas (las que ayudan a avanzar, las que quieren anclarse en el pasado, no), de tradiciones culturales que nos muestran que cada territorio tiene su idiosincrasia, sus propias formas y maneras.

Llevamos un 2024 donde se han demostrado muchas cosas: el deporte no es sólo masculino. Si se da la oportunidad, las mujeres podemos demostrar que somos muy buenas en lo que hacemos, incluso en aquellas áreas en las que, históricamente, eran ocupadas por los hombres. Existen otros deportes más allá del fútbol. Hay diversas tonalidades de «color carne» y, no por ello, eres menos español/a.

Aunque les pese, España está compuesta por diferentes tonos de «color carne». No hay ninguno que signifique que sea más español que otro.

También, aunque les pese, hay un tipo de violencia que sí merece una atención especial. Precisa de recursos específicos, necesita de un cambio de la educación desde la base para fomentar la igualdad, el respeto, la tolerancia y la integración.

Toda la violencia es criticable y no justificable. Pero la violencia que sufrimos las mujeres la sufren la mitad de la población. Es un PROBLEMA SOCIAL, así, con mayúsculas, que precisa de la implicación de absolutamente toda la sociedad en su conjunto. Quien no quiera aportar, que cierre la puerta al salir. Pero que sepa que, en el momento que necesite del movimiento, no miraremos a otro lado como hacen ellos. Da igual la procedencia, el color, las ideas,… la violencia de género ataca a cualquier mujer, por el hecho de ser mujer. Y, en nuestro país, aunque no lo quieran ver porque cubren sus ojos con vendas opacas, los agresores, en su inmensa mayoría, son hombres de nacionalidad española, como ellos dicen.

Hablemos alto y claro de la heterogeneidad de nuestra sociedad y de que tenemos un problema social en la violencia de género que cada vez más se aproxima al terrorismo.

Dejar

Mucho tiempo sin pasarme por aquí.

Demasiado, tal vez.

Pero como dice un amigo: la vida nos arrolla.

Ha sido una temporada larga de muchos desafíos, retos, tener la mente a mil cosas, todo daba vueltas y que, aunque pretendía estar bien, sólo lo lograba a veces, aunque sólo fuera por un período corto de tiempo.

Doy gracias por la gente que tengo a mi alrededor que es familia porque, sabiéndolo o sin saberlo, eran mi norte.

Mi madre siempre me dice que me lío en cientos de cosas.

Tiene razón. Pero si yo elijo liarme es porque creo que esas cosas me harán bien o porque tengo fe en aquello que voy a hacer.

Siempre me implico. Me guste o no.

El mes de mayo ha sido un mes de tomar decisiones. Pero decisiones de las que eres consciente, no de ésas que las tomas sin querer, por desidia (ahí también estás decidiendo). Ha sido un mes de dar vueltas y más vueltas, de hablar siempre de lo mismo, de escuchar opiniones, de ver miradas de preocupación que no se traducían en palabras que lo expresaran.

Ha sido la primera vez que, por decisión propia, tomo la decisión de dejar un trabajo.

Pero, ¡estás loca!

Seguro que piensa alguna persona.

Pues sí, prefiero ser una loca cuerda que es fiel a algunos principios, que trata de cuidarse (he tardado en darme cuenta de la necesidad de hacerlo) y que antepone su propio cuidado antes que al trabajo.

¡Qué valiente eres!

Dirán otras personas.

Quizás, tal vez, puede ser. No lo tengo claro.

De lo que sí estoy segura es de que ya no podía más. Que prefería la incertidumbre de qué pasará, a seguir sufriendo la presión diaria (incluso en fin de semana), las malas maneras, las mentiras, los obstáculos impuestos, las reuniones que no eran tales…

He aguantado más de un año y medio en un proyecto en el que creía (y creo), en el que he encontrado a personas maravillosas a pesar del machismo imperante, en el que me he demostrado que puedo coordinador y llevar un equipo como yo creo que debe hacerse (los resultados están ahí), en el que he disfrutado dando clase en el medio rural, en el que he descubierto nuevos lugares, en el que he trabajado «en el territorio», en el que he luchado por lo que creo que es justo no para mí, sino para mi equipo,…

Pero llega un momento en el que tienes que sopesar, tienes que poner en la balanza y decidir, aunque esa decisión te lleve a una incertidumbre.

No me arrepiento de «dejar». No echo de menos prácticamente nada de aquello. De vez en cuando voy a echar mano de un teléfono que tengo, pero que ya no sirve para ese trabajo. Pero se me pasa enseguida. Sigo en contacto con quienes merecen la pena. Han entrado en mi vida y en mi corazón. Tengo grandes recuerdos de risas, enseñanzas, viajes, lugares, mujeres, compañeras/os, retos, contactos…

De todo se aprende. Todo deja poso.

De vez en cuando, recomiendo «dejar».