Una mala jugada del destino ha hecho que nos volvamos a encontrar sin la posibilidad de la existencia de un diálogo fluido y el intercambio correspondiente de abrazos intensos.
Algo o alguien ha hecho un trato con quien porta la guadaña para que te vayas con ella igual que hace casi 24 años ocurrió.
La vida y sus jugarretas.
En algún lugar he leído: se muere una vez, pero se vive todos los días.
Eso nos toca a la que gente que nos quedamos aquí: seguir viviendo y apoyándonos porque tu marcha ha sido demasiado prematura y sorprendente.
En cualquier lugar donde hubiera alguien hablando en grupo se escuchaba lo mismo: otra vez igual, es increíble.
A nadie nos parecía real, aunque todo estuviera lleno de flores, aunque en la sala se escucharan llantos y suspiros.
Te has marchado, pero dejas cientos de recuerdos coronados por tu amplia sonrisa y tu energía.
Aparecías y desaparecías cuándo y cómo querías, sin dar explicaciones. Pero cuando lo hacías, era como si no hubiera pasado el tiempo entre abrazo y abrazo.
La vida nos había llevado por caminos diferentes, por ciudades distintas.
Pero, hasta en la ciudad más grande, la casualidad hacía que nos encontráramos.
Nos quedarán, en el cajón de los recuerdos, en el corazón y en la mente, esas conversaciones veraniegas de adolescencia, esas peleas por leer el primero el siguiente capítulo de una historia que no vio la luz, esas convivencias con guitarra al hombro y risas por doquier, esos paseos por Madrid poniéndonos al día sobre nuestra nueva faceta en la vida, esas cenas en locales calurosos en la Salamanca de julio, esas conversaciones incómodas que sacaban una sonrisa y subían los colores, …
Te apodé el Guadiana porque aparecías y desaparecías.
Te extrañé hasta cuando hubo malentendidos que no se desliaron, sino sobre los que dejaste correr un tupido velo para no verlo más, como si no hubiera pasado nada.
Te extrañé en la distancia, aunque no lo dijera y te extrañaré hasta cuando no lo diga.
Resultará raro no felicitarte y escucharte decir: dentro de nada te toca a ti, pequeña. Y responderte: pero tú siempre serás mayor que yo.
Querido amigo, tú estarás feliz, allá donde estés, iluminando la estancia con tu eterna sonrisa y vigilando a todas las personas que has dejado aquí.
Harás frente común con el rubio que te ha estado esperando y disfrutaréis de las vistas, haciendo que vuestros seres queridos noten vuestra presencia.
Te quiero, mosquetero.
Te quiero, amigo.