Ruidoso silencio el que se descubre por el Camino que te lleva a Santiago de Compostela.
Silencio que te embarga al mirar a tu alrededor para no perder detalle de cada milímetro del paisaje que te acompaña, que te rodea.
Silencio porque, en muchos casos, eres tú misma hablándote en silencio, paseando por zonas lejanas y pasando por pequeños cementerios que están llenos de almas que te protegen.
Ruidoso porque escuchas los cantos de los pájaros. Cantos nuevos de aves desconocidas, quizás, pero otros nada extraños. Grillos, cigarras… Que se alborotan al paso de pisadas desconocidas que son habituales casi todo el año.
Ruidoso por las voces de las y los peregrinos que mantienen conversaciones tranquilas según van avanzando en el trayecto. O conversaciones que se tornan en pequeñas discusiones sobre la cotidianeidad que se introduce en la marcha.
Ruidoso por los saludos matutinos, cuando ni ha apuntado el alba, y la frase mágica que te acompaña día a día hasta que llegas a tu destino: «Buen camino».
Sonrisas sudorosas. Sonrisas de ánimo para subir esa cuesta que se tuerce y que te hace nublar el sentido.
Risas por anécdotas narradas sin filtro.
Ruido al finalizar la etapa, cuando intercambias comentarios, cervezas o refrescos y decides entrar en la ducha tras un duro trayecto.
Ruido que se apaga, o se intenta, al apagar las luces esperando un nuevo día que te dé la fuerza necesaria para recorrer otros kilómetros que te permitan llegar, lo más lozana y fresca posible, a Santiago de Compostela.
Dicen que el Camino es una aventura.
Cierto que lo es. Te planteas retos sin querer, queriendo, y consigues aquello que pensabas que no lograrías.
Hablan de la «magia del Camino».
También es cierto por el paisaje, el compañerismo, el respeto, la ayuda, los lugares que transitas, las imágenes que no hay cámara fotográfica que sea capaz de retratar y reflejar la belleza de lo que discurre a tu paso.
La «magia del Camino» te embarga y te llena el alma y el corazón.
Todas las emociones se juntan dentro de ti y las gestionas a trompicones. Dejas que se deslicen y que salgan a través de las lágrimas que no expresan dolor, sino agradecimiento, serenidad, paz.
Una vez llegas a tu destino, el Camino forma parte de ti, quieras o no. Eres una peregrina más y estarás marcada para siempre.