Mucho tiempo sin pasarme por aquí.
Demasiado, tal vez.
Pero como dice un amigo: la vida nos arrolla.
Ha sido una temporada larga de muchos desafíos, retos, tener la mente a mil cosas, todo daba vueltas y que, aunque pretendía estar bien, sólo lo lograba a veces, aunque sólo fuera por un período corto de tiempo.
Doy gracias por la gente que tengo a mi alrededor que es familia porque, sabiéndolo o sin saberlo, eran mi norte.
Mi madre siempre me dice que me lío en cientos de cosas.
Tiene razón. Pero si yo elijo liarme es porque creo que esas cosas me harán bien o porque tengo fe en aquello que voy a hacer.
Siempre me implico. Me guste o no.
El mes de mayo ha sido un mes de tomar decisiones. Pero decisiones de las que eres consciente, no de ésas que las tomas sin querer, por desidia (ahí también estás decidiendo). Ha sido un mes de dar vueltas y más vueltas, de hablar siempre de lo mismo, de escuchar opiniones, de ver miradas de preocupación que no se traducían en palabras que lo expresaran.
Ha sido la primera vez que, por decisión propia, tomo la decisión de dejar un trabajo.
Pero, ¡estás loca!
Seguro que piensa alguna persona.
Pues sí, prefiero ser una loca cuerda que es fiel a algunos principios, que trata de cuidarse (he tardado en darme cuenta de la necesidad de hacerlo) y que antepone su propio cuidado antes que al trabajo.
¡Qué valiente eres!
Dirán otras personas.
Quizás, tal vez, puede ser. No lo tengo claro.
De lo que sí estoy segura es de que ya no podía más. Que prefería la incertidumbre de qué pasará, a seguir sufriendo la presión diaria (incluso en fin de semana), las malas maneras, las mentiras, los obstáculos impuestos, las reuniones que no eran tales…
He aguantado más de un año y medio en un proyecto en el que creía (y creo), en el que he encontrado a personas maravillosas a pesar del machismo imperante, en el que me he demostrado que puedo coordinador y llevar un equipo como yo creo que debe hacerse (los resultados están ahí), en el que he disfrutado dando clase en el medio rural, en el que he descubierto nuevos lugares, en el que he trabajado «en el territorio», en el que he luchado por lo que creo que es justo no para mí, sino para mi equipo,…
Pero llega un momento en el que tienes que sopesar, tienes que poner en la balanza y decidir, aunque esa decisión te lleve a una incertidumbre.
No me arrepiento de «dejar». No echo de menos prácticamente nada de aquello. De vez en cuando voy a echar mano de un teléfono que tengo, pero que ya no sirve para ese trabajo. Pero se me pasa enseguida. Sigo en contacto con quienes merecen la pena. Han entrado en mi vida y en mi corazón. Tengo grandes recuerdos de risas, enseñanzas, viajes, lugares, mujeres, compañeras/os, retos, contactos…
De todo se aprende. Todo deja poso.
De vez en cuando, recomiendo «dejar».