Invisibles

Muchas veces nos sentimos INVISIBLES.

La invisibilidad visible. 

Caminamos por la calle y nadie nos ve. Hablamos y nadie nos escucha. 

Otras veces, quien nos ve, no nos trata bien: nos insulta, nos humilla, se ríe … o simplemente se trata de testigos silenciosos de todos esos actos que nos hacen sentir mal, que nos hacen sentir invisibles.

¿Un truco de magia nos convierte en invisibles? ¿La evolución de la sociedad, en realidad, ha sido una involución? ¿Somos seres individuales y nos convertimos en asociales?

El libro de Eloy Moreno remueve conciencias. Te remueve las entrañas, el alma. La consecuencia es la reflexión, el análisis de tu vida, de tu comportamiento con el resto de las personas o el que han tenido contigo. 

Te das cuenta de las veces que has sido invisible o las ocasiones en las que has sido cómplice de que alguien se convierta en un ser invisible, un alma que vaga sin hacer ruido, que pasa desapercibida.

INVISIBLES.

Nos convertimos en seres invisibles, muchas veces, sin quererlo, nos lo imponen. 

No sabemos gestionar nuestros sentimientos y nos convertimos en verdugos o víctimas, de un modo u otro.

INVISIBLES.

En una sociedad donde nos están enseñando que lo de fuera, el exterior es lo importante y el alma, lo que guardamos en el interior, tiene que quedar guardado, oculto, no lo podemos mostrar, porque si lo hacemos, nos convertimos en seres débiles e INVISIBLES.

Hay INVISIBLES que dejan de serlo con tenacidad, con persistencia, con trabajo, con ayuda… porque hay alguien que es capaz de romper esa coraza de invisibilidad y establece un lazo fino y largo que les une. 
Hay otros seres INVISIBLES que marchan sin que nadie haya sido capaz de romper esa capa de invisibilidad. Y es entonces cuando nos llevamos las manos a la cabeza, asoman las lágrimas  y nos preguntamos: ¿por qué?

INVISIBLES en una sociedad conectada.

INVISIBLES.

«Libre» elección académica

Mientras el derecho al voto para los hombres fue un hecho desde tiempo inmemorial, las mujeres tuvimos que esperar hasta 1931 para obtenerlo en España. Lo tenemos gracias a Clara Campoamor y sus compañeras Victoria Kent y Margarita Nelken. Parece que fue hace mucho tiempo, pero para la Historia no son tantos 88 años. No se habla del derecho al voto de los hombres, porque siempre lo han tenido, en ningún momento se ha cuestionado su existencia.
En los estudios, el acceso de la mujer también fue tardío. Concepción Arenal se tuvo que disfrazar de hombre para poder asistir como oyente a la Universidad de Madrid (Facultad de Derecho de la actual Universidad Complutense) y a las tertulias intelectuales, por ejemplo.
        Hoy en día no nos podemos imaginar los pasillos de los colegios, de los institutos de secundaria, bachillerato y FP, y de las universidades sin el intercambio de frases y risas de chicas y chicos. Es impensable, en nuestra sociedad española, que se hable de la prohibición de que chicos o chicas estudien lo que quieran.
   
Al principio, cuando aún era impensable que las mujeres pudieran acceder a estudios universitarios, que era lo más de lo más, las mujeres nos teníamos que conformar con estudiar en los monasterios o dedicarnos a la enseñanza: maestras de pueblo, institutrices, cuidadoras de la descendencia de otras familias.
        La primera mujer matriculada en una universidad española lo consiguió en el año 1872: María Elena Maseras Ribera lo hizo en la Facultad de Medicina de Barcelona, previa autorización del Rey. La primera mujer licenciada en Medicinafue Dolors Aleu i Riera, siendo la segunda en alcanzar el título de Doctora.
        Hasta 1910 no se generalizó la incorporación de la mujer a los estudios universitarios. En concreto, fue el 8 de marzo de 1910 cuando se permitió la matriculación de las mujeres en las universidades públicas. Hasta entonces, las mujeres podían asistir a centros privados o como oyentes, pero siempre necesitando la autorización del Consejo de Ministros para su inscripción como alumnas oficiales.
        ¿Qué sucede en la actualidad? Nos venden el mensaje de que la igualdad ya se ha alcanzado, que hombres y mujeres tenemos las mismas opciones y las mismas posibilidades. Pero la realidad es sutil, pero está ahí aunque no queramos verla.
      
        Centrándonos en la Formación Profesional, es curioso comprobar como el número de chicas estudiando en la modalidad a distancia es superior al de chicos tanto en la FP Grado Medio como en el Grado Superior.
FP GRADO MEDIO
FP GRADO SUPERIOR
HOMBRES
10.096
14.916
MUJERES
12.402
24.397
     
   ¿Qué nos dice el género que tenemos que estudiar? ¿En qué nos dice el género que tenemos que trabajar? 
      
      Los sectores de estudio en FP van desde actividades agrarias, pasando por actividades físicas-deportivas, marítimo-pesqueras, administración y gestión, artes gráficas, comunicación e imagen, electricidad y electrónica, imagen personal, informática-comunicaciones, sanidad, servicios socioculturales-a la Comunidad, vidrio-cerámica, artesanías, seguridad y medio ambiente, entre otros.
        Por ramas, es destacable como los chicos os decantáis más por estudiar actividades agrarias, marítimo-pesqueras, artes gráficas, comunicación, electricidad, informática que otros estudios como administración, imagen personal, sanidad o servicios socioculturales y a la comunidad, donde hay una mayor representación de mujeres.
        Si os dais cuenta, seguimos perpetuando los roles de género que se establecieron hace años.
   
¿Qué sucede cuando entramos en el mercado laboral

El reparto, a nivel mundial, es el que muestra la imagen anterior. De nuevo nuestros caminos, el de los hombres y el de las mujeres, siguen marcados. Nos seguimos dedicando, mayoritariamente, a todo aquello que nos han dicho que nos tenemos que dedicar.
        Poco a poco, con esfuerzo, los espacios de dirección se están abriendo a las mujeres. Pero aún no estamos suficientemente representadas.
       La mujer, por ejemplo, no aparece como máxima responsable de una Universidad. Por ejemplo, en Salamanca, teniendo dos Universidades, sólo la Universidad Pontificia ha tenido, y tiene, una rectora. La USAL tuvo en el 2017, la primera candidata a ser rectora.
        Según aparece en la Wikipedia, entre 1979 y 1980, hubo una rectora en funciones que se llamó María Dolores Gómez Molleda, debido a la cesión del anterior rector.
        En la actualidad, según un artículo publicado en El País en el año pasado, sólo 4 rectoras dirigen las Universidades públicas españolas (50): Universidad de Granada (Pilar Aranda), Universidad Autónoma de Barcelona (Margarita Arboix), Universidad del País Vasco (Nekane Balluerka) y la Universidad de Huelva (María Antonia Peña).
¿Realmente nuestras elecciones académicas son libres? Os lo dejo a vuestra reflexión.

YO

YO

Existen personas que tienen la capacidad de escuchar a otras. Es una capacidad que no todo el mundo posee. Pero, en ocasiones, se olvidan de ser escuchadas. 




YO

Es decir, se olvidan del «yo». Son capaces de llenar su mochila chiquita de todas las «piedras» que sueltan las personas de su alrededor, las personas a las que escuchan sin poner peros, sin condiciones. Entonces, su mochila se hace más y más grande. Mochila que, con su enorme peso, daña la espalda y el alma. Las personas escuchadas se acostumbran a ello y se olvidan de que quien escucha, también se merece ser escuchada alguna vez.

YO

Pensamos que el egoísmo es malo. De hecho, cuando tachamos a una persona de egoísta, miramos de soslayo y torcemos el gesto. Es algo negativo. Enseñamos a las niñas y a los niños a compartir, a ser personas generosas, a no ser posesivas… Pero nos olvidamos de enseñarles a aceptar la frustración, a gestionar sus emociones, positivas o negativas, y a ser un poquito egoístas.



YO

Si no nos encontramos bien nosotras mismas, en salud y en alma, todo lo que transmitamos a las personas que nos rodean serán sensaciones negativas. Nos convertiremos en personas tóxicas, como el Grinch, por ejemplo. Personas que no necesitamos que estén cerca porque nos dañan. Quizás no físicamente, pero sí psicológica y mentalmente. El alma tiene que estar sana para que podamos evolucionar.

YO

Tenemos que pensar en nuestro «yo». De vez en cuando, debemos dejar de escuchar y exigir que nos escuchen. Ser egoístas, al fin y al cabo. Nuestro «yo» también es importante. Nuestro «yo» necesita también de unos oídos que se presten a escuchar los momentos, buenos y malos, de nuestra vida que merecen ser contados.
Si en algún momento no quiero escucharte, si en algún momento estoy callada, si en algún momento no te contesto como habitualmente lo hago, no me lo tengas en cuenta, estoy pensando en mi «yo».





Mañana de Navidad

 

Esta mañana he salido a caminar para bajar parte de los «excesos», no muchos, de ayer. Una mañana fría y con niebla en mi ciudad.
Parecía que la ciudad dormía y que yo sola era la que me había atrevido a salir a hacer algo de ejercicio. 
Como siempre me pasa, he sentido una mezcla de tranquilidad por la soledad de la caminante y de «miedo» por encontrarme sola por la calle. 
La niebla daba una sensación de bucólico y romántico, como de película Disney.

He empezado a encontrarme a personas que también había decidido salir a hacer ejercicio o, simplemente, se sentían en la obligación de sacar a pasear a su perro: corredores madrugadores, ciclistas, paisanos (como dice mi cuñado) con su mascota… Todo hombres.

Mientras iba caminando, también iba decidiendo la ruta. Siempre me pasa. He hablado por teléfono como una cotorra y, al finalizar, he decidido inmortalizar el momento para subirlo a Instagram. Del mismo modo lo he compartido con la familia y, en ese momento, después de la pregunta de rigor de mi madre»¿Dónde andas?», he decidido activar el GPS de mi móvil.

Instintivamente he decidido tomar un «atajo» que me lleva por debajo de la vía del tren. Un ruido me ha asustado, al ir yo pensando en mis cosillas. Un ciclista me ha adelantado. Mis sentidos se han agudizado, igual que Spiderman. Unos pasos y una respiración me han puesto en alerta. Tarda mucho en adelantarme. No te obsesiones. No viene nadie de frente. Sigo escuchando la respiración y los pasos a plomo. Un corredor me adelanta por fin. Cruzo la carretera. Decido ir por el parque donde jugábamos a rugby este verano. De frente viene un hombre haciendo eses. Lo reconozco. Alguna mañana cuando subía a trabajar me lo he cruzado. Sigo mi camino. De pronto me asalta la duda de la bifurcación. Veo la gente corriendo y caminando en las pistas de atletismo. Decido continuar por el camino más concurrido. Hombres corriendo, hombres en bicicleta, parejas de hombre y mujer caminando, mujer caminando, hombre y mujer corriendo, hombres caminando, hombre con mascota, mujer corriendo,…

Me doy cuenta que antes siempre salía a caminar o volvía sola de algún lugar y, en un rinconcito de mi mente, siempre había cierto temor. Hoy, sin quererlo, ese temor se ha hecho más grande y, de forma imperceptible, he decidido tomar determinadas medidas: activar el GPS, avisar a mi familia sutilmente por mensaje que he salido a caminar, escoger los caminos más concurridos, tener los sentidos más alerta… ¡MIERDA!

A pesar del temor, he recogido mi «miedo», mi «desasosiego», lo he metido en el bolsillo de mi cazadora y he salido. Porque el miedo se combate no parando.

Sí, somos amigos

Hace algunas semanas acudí a la boda de un amigo. Se trata de uno de esos amigos que no ves a menudo, pero que sabes que siempre estará (y viceversa: yo siempre estaré). Es una amistad en la que prima el cariño por encima de todo, a pesar del tiempo y la distancia. Muchas cosas y momentos hemos compartido. Risas, llantos, complicidad, fiestas, confidencias…
Y se casó. Esperó a encontrar a la persona adecuada. Y no se equivocó.

En esa boda me iba a encontrar a personas de siempre. «Las viejas glorias» me dijo él. Personas que ves de guindas a Pascuas y con las que intercambias, dependiendo del momento o la situación, un «hola» o algo más.

A esa boda iba acompañada (en realidad nos acompañábamos mutuamente) de mi mejor amigo. 
En la mesa del lugar donde teníamos el convite, después de un par de horas de conversación (minuto arriba, minuto abajo), tuve que escuchar la típica pregunta (o exclamación): «¡Ah! Pero ¿no sois pareja?».

Pues no queridas y queridos. No somos pareja sentimental aunque a tus ojos formemos la pareja más maravillosa del mundo mundial.

Y esa frase, o alguna parecida, la tuve que escuchar a lo largo de toooooooda la tarde.

Respuesta: No, no somos pareja; somos amigos desde hace un montón de años; nos conocemos demasiado; «paso palabra»; (silencio),…

¿Por qué resulta tan difícil entender que un chico y una chica puedan ser SÓLO amigos?

Nos han hecho creer que en estos casos una de las dos partes siente algo más hacia la otra. Debe ser así. Los chicos siempre quieren algo más, las chicas nos dejamos querer.

En este caso recuerdo una foto de Betacoqueta (@betacoqueta) con su amigo del alma compartida en Instagram donde hacia la misma reflexión.

¿Por qué no nos quitamos los prejuicios? ¿Por qué no liberamos nuestra mente y somos capaces de ver más allá, de sentirnos libres y no ser mal pensadas?

Sí, señoras y señores. Yo tengo un más-mejor amigo. Con él me enfado, discuto, con él comparto ideas a veces (otras no), me río y lloro, le escucho y al revés, con él converso en persona y digitalmente, en él confío hasta el infinito y más allá… Y somos un HOMBRE y una MUJER compartiendo amistad desde hace más de 20 años. 
Pero también tengo otros amigos varones con los que no hay nada sexual entre medias. Porque yo creo que puede haber amistad entre un chico y una chica.

Quitaos esa idea de vuestra mente calenturienta.

Evolucionemos.

Sí, somos amigos.

¿Por qué…?

¿Por qué me sucede esto a mí? ¿Por qué no puedo vivir con tranquilidad? 

¿Por qué?

Últimamente oigo mucho esta pregunta. Desgraciadamente no tengo una respuesta que dar, al contrario, la frustración me invade, al igual que la rabia. Lo único que me queda es alentar a la otra persona para que no decaiga y para que siga trabajando para salir adelante.

He comprobado, aunque no tengo un estudio sociológico oficial realizado, que cuando se trata de amores, siempre tendemos a pensar que hemos hecho algo y que nos merecemos lo que nos está sucediendo. La culpa, sí, la culpa es nuestra; a pesar de que la otra parte se haya comportado de forma rastrera o sea alguien tóxico para nuestra vida, siempre, siempre, pensamos que la culpa es nuestra por algo que hemos dicho o hecho.

En otros asuntos, en otras situaciones, aunque la culpa sea nuestra, se la echamos a los demás: se ha roto un plato porque estábamos armando y no teníamos cuidado, la culpa es de mi compañero de piso por no prestarme atención; me he dado un pequeño susto con el coche, ha sido el peatón por pasar cuando yo tenía prisa, aunque el semáforo se hubiera puesto en rojo para mí; me cuesta levantarme por la mañana, es por culpa del profesor o la profesora del gimnasio que me metió mucha caña a pesar de que yo me acosté a las tantas de la noche viendo una película; etc.

Pero cuando se rompe una relación, por los motivos que sea, tendemos a culpabilizarnos de lo que ha sucedido.

Resulta que él (y sí, uso el masculino, pero no genérico, que conste) es un cabrón que me ha estado haciendo la vida imposible, yo pienso que algo he hecho en otra vida para merecérmelo. Que él me persigue, me acosa, aparece cuando menos me lo espero, cuando tengo la guardia bajada; es mi culpa por salir de casa…

La culpa

Entre el por qué y la culpa, nos sentimos asfixiadas, intranquilas, inseguras, vulnerables, frágiles… Una culpa que nos han inculcado que es sólo nuestra. Una culpa que nos han dicho, sin decirlo con palabras, que tiene que ser así porque somos el «sexo débil». 

Durante años me sentí culpable porque mi relación, la más importante de mi vida, se había ido al traste. La vergüenza, en cierto sentido, me perseguía. El qué dirán mi familia, mis amistades, mis conocidos… porque me había quedado «sola» y tenía que sacar adelante una familia. 
He tardado algunos años en darme cuenta que la culpa, aunque se nos grabe a fuego en nuestra piel y en nuestra mente, debemos dejarla caer, dejarla resbalar como si estuviéramos impregnadas de aceite. 
La culpa que la historia y la sociedad nos ha dicho que nosotras tenemos que sentir, a pesar de que no hayamos hecho nada.

Una culpa que no deberíamos sentir cuando son otros quienes nos acosan, nos persiguen, nos violentan, nos controlan, nos agreden y nos tratan de dominar… Cuando son otros quienes consideran que somos menos y que no debemos compartir espacios en esta sociedad. Cuando son la minoría quién siembra el miedo y se apodera de nuestro aire para oprimirnos y no dejarnos respirar.

Por eso quiero decirte amiga: no, no es culpa tuya. No te avergüences, no bajes la cabeza. No. Tú no tienes culpa de nada. Es él quien debería sentir vergüenza por aprovecharse del miedo, de tu «vulnerabilidad» para sentirse «más hombre».