Lo sé. Dije que durante un tiempo no volvería a escribir, pues otros menesteres me tenían ocupado el tiempo. Pero es que no puedo. Hay miles de ideas que se aglutinan en mi mente. Textos que van tomando forma en mi cabeza y que quieren salir. Así que hoy, aquí estoy.
Ayer fue un día de sorpresas. Un día sin parar de hacer cosas hasta que me fui a dormir, ya algo agotada.
En diferentes sitios he leído reflexiones sobre las relaciones interpersonales, sobre las relaciones de amistad y las personas que van y vuelven.
La amistad es algo que valoro mucho. Bastantes personas han pasado por mi vida que me han dejado huella. Algunas continúan, pocas, también hay que decirlo, otras se fueron hace tiempo y no las echo de menos; algunas se marcharon en silencio y las recuerdo con nostalgia; otras que no están a mi lado, las sigo pensando y me pregunto «¿Qué pasó?». Hay veces que me cuesta desprenderme de los recuerdos y mi cabeza sigue funcionando buscando un motivo a la marcha.
Lo sé, tengo que dejar de pensar tanto. Me lo dicen bastante a menudo. Quizás sea demasiado racional y necesito encontrar las causas, justificar todo para quedarme tranquila.
Una de mis reflexiones es que hay gente que es como el Guadiana: aparecen y desaparecen a su antojo. Pasan los años y siguen actuando así. Desaparecen y, cuando menos te lo esperas, vuelven a aparecer para contarte sus historias, buenas, menos buenas, regulares. Con las buenas, te alegras un montón e, incluso, puedes sentir hasta un poco de envidia, sana, por supuesto. Con las noticias menos buenas vuelas, hay veces que las sientes tan tuyas que hasta te crea angustia y desazón. Más de una vez he salido volando para acompañar a un amigo que se sentía fatal o que tenía que contarme las situaciones demoledoras que estaban pasando en su vida.
Recuerdo haber montado en un tren a las 7 de la mañana, más o menos, simplemente para estar durante unas horas con un amigo que lo estaba pasando bastante mal en ese momento.
Ayer me volvió a pasar. Una amistad «Guadiana», tras largo tiempo sin saber de ella, pues había cortado de forma discutible la relación, volvió a aparecer y me contó sus alegrías.
¡Qué extrañas somos a veces las personas! Pero que importante es tener a alguien a tu lado para acompañarte en los buenos y en los malos momentos.
Yo le doy mucha importancia a las personas, al grupo de amistades que son como la familia. También valoro la soledad, pues es necesario conocerte y pasar tiempo a solas, para ir creciendo, para saber enfrentarte a determinadas situaciones de las que sólo puede salir tú misma.
Pero ayer, en diferentes momentos del día, me di cuenta de la importancia de la gente, de tu gente. No significa que antes no fuera consciente, pero ayer, al escuchar la historia de una mujer, por ejemplo, me volvió a la mente la necesidad que tenemos de sentirnos apoyados, acompañados. No es cuestión de que tomen decisiones por nosotros/as, no se trata de estar sólo para los momentos de fiesta, de alegría. Como dice un gran amigo mío, a esos momentos cualquier persona se apunta. Consiste en estar, aunque sea en silencio, cuando más lo necesitamos. Un hombro donde apoyarnos a tomar aire, una mano amiga que nos ayude con las piedras del camino, una mirada que nos transmita fuerza, energía y esperanza, dos pies para llevarnos cuando pensemos que ya no podemos más (pero sólo un ratito).
A pesar de esto, sigo pensando que nos complicamos mucho la existencia y la vida cuando se trata de relacionarnos con otros seres humanos. Nos falta comunicación. Nos falta saber decir las cosas. Nos falta una educación en emociones, en sentimientos. Nos falta educación emocional.
Tengo que reconocer, así, en bajito, que a pesar de que muchas veces las amistades «Guadiana» me fastidien por el hecho de irse y volver, seguiré escuchando sus historias, buenas, menos buenas y las regulares también.