Quejarse

En el blog siempre he escrito de manera más visceral, sin dar tantos rodeos (quizás), sin ser tan literaria (o al menos sin tratar de serlo), recomendando películas, libros, series, música que hablan o que me recuerdan ciertos temas hacia los cuales yo soy más sensible.

No debería quejarme, de hecho, hasta hace relativamente poco tiempo, no lo hacía. Aquello que sentía, sobre todo cuando me sentía triste, alicaída,… me lo guardaba para mí. A veces pensaba que era buena actriz porque nadie se daba cuenta de mis tormentos, era capaz de esconderlo. O tal vez era lo que yo creía.

En la actualidad, he aprendido que quejarse no es tan malo, que contar aquello que te inquieta, que te pasa por la cabeza forma parte del proceso de educación emocional que yo he seguido de forma autodidacta. Pero ojo, aún valgo más por lo que callo que por lo que cuento.

Me paro a pensar, como esta mañana, que quizás no tenga derecho a quejarme. De manera recurrente, en determinados momentos, recuerdo una escena vivida en Madrid, cerca de Atocha. Había un grupo de chicos, no recuerdo si de Acnur o Médicos sin Fronteras o, tal vez, Aldeas Infantiles, que estaban pidiendo a las personas que caminábamos por allí hacernos socias/os. Me paró un chico italiano, si no recuerdo mal, y me preguntó algo así como si yo me sentía afortunada. Yo le contesté que sí, que me sentía afortunada por haber nacido en el país en el que había nacido y en la familia en la había nacido y crecido.

Y es algo que trato de repetirme constantemente, para que no se me olvide. Suelo dar gracias por ello.

Supuestamente he nacido en un país de los considerados del primer mundo, donde el Estado de Bienestar (ejem) es la tónica general. No tenemos excesiva inseguridad en las calles, tenemos normas que se tratan de cumplir en su mayoría, no hay fuerzas y cuerpos de seguridad corruptos (ejem), tenemos un gobierno elegido democráticamente que mira por el bienestar de la población que le ha votado (ejem, ejem, ejem),… Mi familia no pasa grandes apuros económicos. Somos una familia afortunada. Hemos tenido nuestros momentos, eso es cierto, pero siempre contamos con el respaldo de mi padre y de mi madre, que también pasaron lo suyo en su momento.

Entonces me planteo que no tengo derecho a quejarme. Pero, sin embargo, lo hago. Por lo menos, en la mayoría de los casos, me quejo hablando conmigo misma. Hay personas que están en una situación peor que yo. Yo tengo un techo que me cobija, tengo salud, mi familia más cercana y mi entorno de amistades están más o menos bien (los achaques de la edad, en la mayoría de los casos, comentario muy recurrente), tengo trabajo (ejem),… Entonces, ¿por qué me quejo?

Me siento orgullosa, y lo reivindico, cuando me dicen que soy un poco bruja. Me encanta. Creo que la figura de las brujas está muy denostada y no son entendidas realmente. Se ha creado una historia alrededor de ellas que no se asemeja en nada a la realidad.

También se me llena el pecho cuando digo que soy la «oveja negra» de la familia. Me encantan las ovejas. Y ser la negra significa que algo diferente soy y pienso que la diferencia enriquece. Pero, en determinadas ocasiones, estos calificativos pesan demasiado, me hacen sentir un poco mal y la mochila que cargo me pesa no sé cuántos quintales. Y, entonces, me trato de hacer un ovillo, buscar mi espacio (si me dejan) y mantengo conversaciones en silencio conmigo misma. Vuelvo a quejarme, a desear aquello que no tengo y me gustaría tener, a sentirme un poco desdichada y pensar en la injusticia que me rodea. Analizo los acontecimientos vividos en los últimos días o en los últimos meses. Trato de racionalizar aquello que no se puede racionalizar.

Realmente, ¿tengo derecho a quejarme? Pues quizás todo depende del prisma con el que se mire.

Machirulos

Todo el mundo habla de la serie española creada por los mismos guionistas que «Aquí no hay quien viva», «La que se avecina» y «El pueblo».

Todas se valen del humor para hablar de lo cotidiano. La primera de ellas fue «rompedora» empleando los estereotipos, chascarrillos y roles de nuestra época; la segunda roza lo chabacano, soez y promueve comportamientos, comentarios y palabras que son las que, desde la lucha feminista, se quieren erradicar desde hace años.

La tercera, tomando como referencia el humor, toma prestadas diferentes frases, muletillas, tradiciones de nuestro medio rural, que se entremezcla con lo urbano actual, para hacer un homenaje a nuestra cultura de pueblo.

A finales del 2022 la serie «Machos Alfa» irrumpió en una de las plataformas de pago queriendo poner el foco de atención en el machismo de nuestra sociedad (de ahí el título) empleando, nuevamente, el humor para hacer un análisis, quizás no tan profundo como a muchas personas les gustaría, de ese machismo que, aunque determinadas partes de la sociedad quieran negarlo, aún existe.

Cuatro personajes masculinos con cuatro alter egos femeninos en una sociedad actual donde las formas cambian, pero el contenido es el mismo. Mismo perro, con distinto collar.

Cuatro hombres que se enfrentan a nuevos retos que tratan de derribar el concepto de «macho alfa» que el patriarcado se empeña en perpetuar.

Soy partidaria de emplear el humor para hacernos pensar y reflexionar, para criticar, con respeto, aquello que entendemos que está mal y que luchamos, cada persona con sus propios medios, por erradicar.

Esta serie podía haber ido a lo más profundo, pero yo creo que está bien este primer paso que se ha dado en criticar con humor ese ideal de macho cabrío que siente herido su orgullo y estima porque ha perdido un trabajo con poder, siendo desbancado por una mujer y dejándose mantener por otra; porque la pareja le propone hacer algo consensuado que él lleva haciendo a escondidas años; que se deja llevar por lo carnal para olvidar una relación pasada marcada por una ex «loca» que ni come ni deja comer y que vive la corresponsabilidad desde la monotonía y la comodidad de lo que se da por hecho.

Cuatro tipos de hombres que no hablan de sentimientos, que se reúnen tras unas cervezas para hablar de trivialidades, que se juntan para ir a un curso que les ayude a deconstruir su masculinidad, aunque les ayuda poco a hacerlo (tal vez), pero por lo menos hablan y tratan de reconocer aquello que se tiñe de machismo y les da una idea de negocio.

¿Se podría haber profundizado más? Seguramente. ¿Se vale de estereotipos tanto masculinos como femeninos? Por supuesto.

Pero vamos a darle un punto por querer romper «moldes» y que nos haga hablar de machismo abiertamente.

https://www.eldiario.es/opinion/zona-critica/serie-machos-alfa-equidistancia-igualismo-maximo-esplendor_129_9896325.html?fbclid=PAAaa9nWo8tn0p0eMOTJATU5kaTE891AFs2YBlTRl-BLAOu91YZ-nP9tHZwJk

Las chicas Gilmore

Primer post del año y voy a escribir sobre algo que tenía en mente desde hace tiempo.

No me considero una experta en cine y televisión, para nada, eso se lo dejo a R. Pero sí tengo que decir que desde hace algún tiempo, veo todo lo relacionado con lo audiovisual de otra forma. Llevo siempre puestas las gafas violetas.

Soy fan de la serie «Las chicas Gilmore». Tiene ya unos años.

Siempre, de una manera u otra, me he sentido, o querido al menos sentir, identificada con Lorelai Gilmore en su papel de madre.

Imaginaba que, en cierto modo, yo era así, sin los adornos de dirigir un hotelito y tener un padre y una madre extremadamente ricos.

Me gusta ese concepto de familia y las vivencias que tienen en un pueblo que posee los beneficios de una ciudad, pero también las desventajas de un pueblo.

Visto desde fuera, los chismorreos, que todo el mundo conozca las andanzas de la otra persona tiene su punto divertido. Genera situaciones cómicas y las carcajadas brotan sin querer. Pero, si te detienes a analizarlo, no tiene tanta gracia que todo el pueblo esté pendiente de lo que haces, dices, que conozca tus miserias, tus miedos, tus problemas, aunque quieran ayudar.

Una madre adolescente que salió adelante con coraje y determinación.

Una hija que, en bastantes ocasiones, es más madura que la madre, quien se deja llevar por esa «locura» sana que arrastra a la hija a veces, o en la mayoría de las veces.

Una relación estrecha madre e hija donde hay confianza, complicidad y apoyo. Siendo totalmente diferente a la que se tiene con la abuela, la tercera chica Gilmore.

Esta relación madre e hija, la de las protagonistas totales de la serie, llegado el final de la adolescencia de la pequeña, sufre modificaciones, encontronazos y que se oculten acontecimientos o que no se sepa expresar determinados sentimientos o emociones vividos. Una relación de lo más normal, por otra parte.

Pero, finalmente, saben entenderse porque el vínculo creado es tan fuerte que saben que, pase lo que pase, se tendrán la una a la otra, pues son un apoyo imprescindible.

Una relación madre-hija un poco bucólica, pero no imposible.

Existen resquicios de unos primeros conatos de feminismo: hablan de la fuerza interior de las mujeres, son capaces de no depender de ningún hombre como marca la tradición cultural, salen adelante juntas, apoyándose y trabajando a una, leen a autoras y hablan de empoderamiento, de capacidades y se rebelan contra los mandatos machistas… Todo es mejorable, por supuesto, pues se suceden ciertos estereotipos y, a veces, roles. Pero es un buen ejemplo de la evolución y de cómo otro tipo de familia es posible.

https://www.netflix.com/es/title/70155618

Medio rural

Vamos finalizando el año bloguero, no con un balance (quizás en otro momento), sino con una reivindicación, petición o vómito de rabia e indignación.

Quizás no me lea mucha gente, quizás se quede en el limbo de las cosas escritas, tal vez se lo lleve el viento o las olas de internet, pero por lo menos me desahogo y suelto mi indignación.

Desgraciadamente ahora está «de moda» hablar o referirse a la España vaciada o vacía. Creo que me gusta más el término «retirada» que empleaba Mercedes Ibàrtz en su libro «La tierra retirada».

«Retirada» porque ya se encargan ellas/os de retirar al medio rural de la evolución, de la población, de los recursos, de las oportunidades,… Ya se encargarán de sacarlo a colación y dar migajas, aceptándolas como los panes y los peces, cuando les interese usarlo como reclamo electoral.

Las empresas, cuidado, no se quedan atrás. Emplean el medio rural para hacer un lavado de imagen conchabadas con las altas esferas. De este modo, tal vez, puedan llevarse calentito y con poco esfuerzo, un dinero que se debe emplear de otra manera.

En el medio rural está ahora la «gallina de los huevos de oro» y, por ello, se dedican grandes cantidades de dinero para desarrollar proyectos sin orden ni concierto, sin conocer la realidad del territorio y tomando como medida real, ya no el androcentrismo de la sociedad, pero sí el madridismo porque todo se elabora, se mide y se sigue con las mismas gafas madrileñas.

No se tiene en cuenta, porque por un oído me entra, y atraviesa más rápido que la luz, y por el otro me sale, que la idiosincrasia de un pueblo de la meseta castellana, nada tiene que ver con lo que se cuece en otro pueblo de Murcia o de las Islas Canarias.

Se pasa por alto la alta despoblación y el envejecimiento que sufren determinadas comunidades autónomas y, en concreto, algunos municipios cuando el alfoz de las grandes capitales del centro y del litoral mediterráneo se llenan de población nacional o extranjera.

No interesa pararse a elaborar un buen proyecto que, aunque sea a nivel nacional, se vaya adaptando a las circunstancias particulares y concretas de cada zona, de cada lugar.

Lo que interesa es justificar el gasto de ese dinero y que, de forma sutil, se quede gran parte de él en los bolsillos de las «cabezas pensantes» que dirigen todo desde su amplio despacho con vistas al horizonte de ningún sitio o de su propio ombligo.

Da igual que tengas personas interesadas en llegar con ese proyecto a cuantas más personas y lugares mejor; que realmente quien se beneficie sean aquellos individuos olvidados a los que sólo se les recuerda en casos muy concretos y en fechas muy determinadas, lanzando mensajes estereotipados y bucólicos de lo que es vivir en el medio rural español, tan amplio en nuestro territorio.

Me da rabia ser partícipe de esta tomadura de pelo. Me indigna que no se tenga en cuenta la duplicidad de recursos que se pierden hasta llegar al mar y que no reposan donde deben hacerlo.

Me enfada pelear, luchar con argumentos realistas, ciertos y que caigan, ya no en saco roto, sino en un abismo donde no eres capaz de ver el final.

De ésta me vuelven a despedir, me cierran la cuenta o me cae tal rapapolvo que se escuchará al otro lado del charco. Da igual el charco que sea. Pero ésta es la única manera que tengo de desahogarme diciendo lo que me corroe por dentro, pero sin decirlo.

Porque aunque no vivo en el medio rural, sí trabajo en él, sí veo las carencias, sí veo los beneficios de su territorio, sí veo las necesidades, los recortes, los sacrificios, las ganas,… Y no me parece justo que se le siga tomando a cachondeo y se mangonee de mala manera.

Queremos afianzar a la población en el medio rural, pero la estamos «retirando» a marchas forzadas.

Valencia

Después de una larga pandemia que aún no ha acabado, he viajado a Valencia. El objetivo era presentar «Revictimizadas: migrantes y víctimas de violencia de género» a aquellas personas residentes en esta provincia y que quisieran desplazarse a Albal, pero también a las integrantes de una asociación valenciana.

Pero había un objetivo secundario que me hizo inmensamente feliz: reencontrarme con la familia paterna con la que no tenía contacto personal desde hacía varios años. Es de las cosas más felices que me hicieron (aunque no pude ver a toda mi familia ni a todos los nanos).

Me llevé debajo de un brazo una caja con libros y, del otro brazo, bien agarradita, una afonía y constipado que me acompañó durante todo el fin de semana y que sólo se soltaba en los momentos claves. Ni pude disfrutar plenamente de las conversaciones del viernes por la noche, ni pude pasear por las calles de Valencia.

La presentación en Albal se realizó de la mano del Col.Lectiu per la sororitat del municipio. Un grupo de mujeres intrépidas, solidarias, activistas, inconformistas, luchadoras… que me acogieron con los brazos abiertos y que me arroparon en todo momento. Ambas partes compartíamos el mismo miedo: ¿y si no viene gente?

Al final salimos muy contentas porque unas 30 personas nos reunimos en la Casa de Cultura del Ayuntamiento para hablar sobre migración, violencia de género, política, recursos y soluciones. Se creó un ambiente distendido donde pudimos conversar con respeto, escuchar las historias de algunas mujeres migrantes que acudieron a la presentación.

Me sentí arropada por la familia, las amistades, el col.lectiu, las personas asistentes conocidas a través de redes sociales y «desconocidas» hasta ese momento.

Al día siguiente me fui a compartir un ratito de nuestro tiempo con la asociación Por Ti Mujer en Valencia capital. Escucharon atentas mi proceso de «creación», mis ganas de tirar la toalla, los motivos por los cuales escribí sobre migración siendo yo nacional del país de acogida y surgieron oportunidades (que espero que se materialicen) de viajar a las islas a participar en el Club de Lectura y, «pues ya que vas, salta a la otra isla».

Mucho camino nos queda por recoger, pero acompañadas por otras personas que creen en la misma lucha se hace mucho más sencillo. Nos sentimos arropadas, acompañadas, apoyadas.

Seguimos luchando.

Inaceptable

Según la RAE, inaceptable significa «no aceptable». Cuando algo no se acepta, es que no se puede dar por bueno.

Bien. Pues después de que el diario deportivo Marca lanzara una edición esta semana en blanco y negro porque estaban en contra del racismo; esta mañana nos levantamos con una portada a todo color con un titular que dice: «el chantaje es inaceptable».

Lo que es inaceptable es el comunicado que publicó ayer la Real Federación Española de Fútbol. Ni la voy a reproducir, ni voy a poner las dos portadas de este diario deportivo a las que he hecho mención.

Es inaceptable que un grupo de mujeres, que no son ni 1 ni 2, sino ¡¡¡15!!! señoras y SEÑOROS, se planten y envíen un mail idéntico al máximo órgano de un deporte como es el fútbol, tan arraigado en esta nuestra cultura española.

Que el contenido del mail sea el mismo, en mi opinión, significa que se han unido las 15 jugadoras, lo han hablado, lo han reflexionado, se han asesorado suficientemente, lo han masticado, lo han gestionad y, de forma CONJUNTA, UNIDAS, han decidido ir todas A UNA y plantar cara, de forma firme y tajante, a un organismo MACHISTA que ha demostrado que no les interesa nada de nada lo que sucede en la selección FEMENINA de fútbol.

Este ejemplo lo he usado esta mañana en facebook y se lo he leído a compañeras, pero es que es un ejemplo muy gráfico y que, si tienes un poco de inteligencia, sólo un poquito, te das cuenta de la jugada que han realizado desde la Federación Misógina y Machista de Fútbol.

Vamos a imaginarnos a una delegación de una gran empresa. Este centro de trabajo tiene un grupo de 30 personas trabajadoras. Existe un jefe cuyas funciones son coordinar, organizar e incentivar al equipo, sacar el máximo rendimiento de su equipo. Desde hace algún tiempo, de forma individual o por pequeños grupos, las personas trabajadoras se quejan de la actitud del jefe, de las maneras de actuar, etc. Ante la pasividad de la gran empresa, un grupo de 15 trabajadoras decide reunirse y buscar soluciones. Al final, la única solución que encuentran es denunciar públicamente los comportamientos inaceptables del jefe y declararse en «huelga»: se niegan a acudir al centro de trabajo si ese jefe sigue en él.

Creo que este caso llegaría a la Inspección de Trabajo y Seguridad Social y se llevaría a cabo una investigación donde se tomaría declaración a todas las partes implicadas y, al finalizar dicha investigación, se llegaría a una resolución.

En esta situación, intuyo que la inmensa mayoría de la población estaría del lado del grupo de trabajadoras y señalaría a ese jefe déspota. Quizás sin escuchar, apenas, a las partes en conflicto.

Bien. Traslademos esto que he explicado de forma simple y sin muchas florituras al terreno de juego.

Esto es lo que ha pasado con la selección española de fútbol femenino. 15 jugadoras han plantado cara y se han posicionado de forma clara. Han decidido dejar de jugar, algo que deduzco que es su pasión y por lo que han luchado durante bastante tiempo, si sigue el entrenador.

La respuesta del máximo órgano del fútbol es deleznable, pero casi diría que es lo que se podía esperar siendo un órgano machista, hasta misógino quizás.

¿Qué no habrá pasado ahí dentro? Es muy dura y muy difícil la decisión que han tomado estas 15 jugadoras.

¿Qué podemos esperar de un órgano, y sus componentes, a los que les puede más el dinero que la lucha por la igualdad y deciden aceptar jugar en un país donde se trata tan tan mal a las mujeres? ¿Qué se puede esperar de un deporte y de un órgano donde se vive tanto racismo y homofobia (¿cuántos jugadores han «salido del armario»?)?

Lo que es inaceptable no es la posición que han adoptado las jugadoras, sino la aptitud tanto de la Federación como de la prensa deportiva y tertulianos.

Vamos a ser personas empáticas, pero, sobre todo, críticas de una vez por todas.

La ilustración que yo he llamado «Guerrera» es de la ilustradora salmantina María Simavilla.