Este artículo de opinión que comparto, tiene mucha relación con la recomendación literaria infantil (y para personas adultas) que hago en este post.
Desgraciadamente, según nos vamos haciendo mayores, perdemos esa inocencia e ingenuidad que nos hace ser personas frescas y sin filtro. ¡Cuántas veces no habremos hecho callar a nuestras/os hijas/os o a sobrinas/os porque han dicho algo con total naturalidad, haciendo que nos pongamos rojos como la manzana de Blancanieves!
Tendemos a tratar de hacernos las fuertes, prácticamente insensibles para que no se «metan» con nosotras. En cierto sentido, nos ponemos una armadura que nos protege ante los comentarios, maliciosos o no, de las personas que nos rodean, sean conocidas, allegadas o desconocidas totalmente.
Y eso estamos transmitiendo a nuestras y nuestros peques. Hay que hacerse la fuerte, la valiente, la casi insensible para que no «nos coman» el terreno y se metan con nosotras.
Estamos obligando a que no sean personas auténticas y validando que lo único bueno y «normal» es no mostrar los sentimientos (positivos, negativos, regulares, malos, buenos…) porque esto te hace débil en una sociedad que es un mar de pirañas que están al acecho de carne fresca. No les enseñamos ni ayudamos a gestionar eso que sienten (frustración, alegría, ira, sorpresa, emoción, amor, rabia, enfado, tristeza…) y mucho menos a identificar esos sentimientos que, a nosotras, como personas adultas, también nos cuesta poner nombre.
Susanna Isern vuelve a dar en el clavo con este libro titulado «La armadura de Hugo». Nos cuenta cómo ser sensible y ser una persona expresiva y empática nos convierte, sin quererlo, en el objetivo de burlas y mofas; obligándote a poner una armadura que hace que no seas realmente tú, perdiendo toda la excepcionalidad y el ser una persona genuina y extraordinaria.
El final no os lo voy a contar porque quiero que vayáis a la biblioteca o a la librería a descubrirlo. Así, podréis trabajarlo en casa, reflexionando y conversando con vosotras mismas y, después, con las/os peques de la casa.
Aunque parezca que no haga nada, que «sólo» estoy leyendo o viendo la TV, mi mente está en funcionamiento: creando una actividad, preocupada por alguien, dándole vueltas a una idea, pensando en cómo darle salida a algo… Nunca estoy quieta.
Creo que durante demasiado tiempo fui una mujer pasiva, estática, silenciosa, que dejaba hacer, que casi no compartía sus ideas en público por vergüenza y/o timidez, que callaba en exceso y dejaba que las injusticias se cocieran a fuego lento dentro de ella, sin hacer nada, sin decir nada.
He evolucionado, he aprendido a base de golpes, malas experiencias, grandes alegrías, buenas personas que me rodeaban y me rodean, aquellas que no me dejan caer o que, si caigo, me ayudan a levantar.
Me he vuelto más ordenada; sigo siendo paciente, aunque me sigo preocupando en exceso; auto-exigente en exceso y bastante auto-crítica. Me sigo rodeando de buena gente (o eso creo), dejándome llevar por la intuición.
Soy una leona que hace «rakelarres» para tratar de ayudar a quien me pide ayuda.
Soy emocional e intensa. Pasional en todo aquello que me llena y me gusta. En muchas ocasiones, me apasiona lo que hago y me vuelco en ello.
Creo que la vida me ha mandado señales para que viva, para que aproveche el momento, para que lo disfrute (ya me lo decía mi tía pequeña y no le hacía mucho caso). Hay sucesos en la vida que marcan; que te dan un tirón de orejas y te hacen tener otra perspectiva de las cosas, de las relaciones, de la vida.
Hay que aceptarlo y tratar de ser feliz, no las 24 horas del día, pero sí el mayor tiempo posible. Disfrutar de lo que viene, buscar cumplir los sueños, tratar de alcanzar la Luna sin esperar que nadie la baje por ti, luchar por lo que crees y sonreír la mayor parte del tiempo.
Cuidado, hay clases y clases. Tipos y tipos de personas que se desplazan por el mundo. Hay la clase A (vienen a dejar dinero a nuestro país), clase B (estudiantes), clase C (vienen a robarnos, a quitarnos a nuestras mujeres, a quedarse con nuestro trabajo) y la clase D (quienes saltan la valla y/o vienen en pateras). Así, a grandes rasgos.
Por otro lado, nos resulta gracioso, entrañable, pensar en Paco Martínez Soria en una de sus películas en blanco y negro, cuando llegaba a la gran ciudad, Madrid, proveniente del pueblo en «La ciudad no es para mí».
Eso es una película. Una ficción. ¿O tal vez no?
Se nos olvida que nuestros abuelos (y algunas abuelas) marcharon hace años de nuestro país escapando de la guerra o huyendo de una guerra que, en cierto modo, no iba con ellos. Querían trabajar para obtener dinero que enviar a sus familias que quedaron en España y que pasaban mucha hambre.
¿Se distancia mucho de lo que pretenden las personas migrantes que llegan a nuestro país? Yo creo que no. Lo que sucede es que es nuestro país el que recibe población. Se nos olvida que hay mucha juventud que marcha a otros países porque aquí no encuentran trabajo «de lo suyo» y en países de Europa se los rifan, se puede decir que literalmente, porque tienen unos estudios y una formación que escasea en esos países. Pero nuestra juventud está en el extranjero. Es algo positivo.
Sobre Migración y Migrantes son los tres libros que os recomiendo.
Uno ya lo conocía. Lo vi en la Librería Mujeres (Madrid) al poco de salir publicado. Sus ilustraciones no necesitan palabras. «Migrantes» es un libro que, si tienes un poco de sensibilidad y mente abierta, te remueve por dentro sin necesidad de frases que expliquen lo que estás viendo. También considero que es un libro para personas adultas y que, si lo ven menores, tiene que ser acompañadas/os de un persona «mayor» para entablar un diálogo.
Lo bueno de crear lazos con la bibliotecaria, es que te recomienda libros aunque tú no lo pidas. Te conoce, literariamente hablando, y sabe qué necesitas en cada momento.
Esto sucedió con los otros dos libros que acompañan a «Migrantes».
«Caja de cartón» habla de esa migración que determinadas personas no quieren. Trata la historia de una madre y de su hija, del trayecto que realizan en un barco/patera que se hunde, de cómo llegan a las costas, del apoyo y la red que crean con otras/os migrantes y de cómo la ignorancia hace que se repudie a lo diferente.
«Un largo viaje» nos hace un símil con las migraciones de las aves. Mientras ellas huyen del frío hacia el Sur del Planeta, un grupo de personas huyen del calor del Sur y buscan el «frío» del Norte. Pero el viaje es totalmente distinto.
Estos libros son para leer en compañía, para dialogar, para cuestionar, para reflexionar. Para entender primero la parte adulta y que después pueda responder a las preguntas que las/os peques les puedan hacer.
Migración. Es eso que lleva sucediendo desde hace millones de años. No lo olvidemos.
Normalmente, los recordatorios que te envía Facebook te hacen evitar varios apuros: que se te olvide una cita a un evento cultural, que no recuerdes felicitar a algún familiar o amistad cercana… Cosas de este estilo.
A veces, incluso, te hacen unas composiciones «muy chulas» de recuerdos fotográficos que, desde la aplicación, creen que te gustaría recordar y volver a compartir.
¡Qué considerado es Mark (y su equipo de trabajadores y trabajadoras)! ¡Cómo se preocupa de tener contenta a las personas que usamos Facebook!
Esta mañana, cuando me he despertado, como siempre, he quitado el «modo avión» del móvil y he dejado que las diferentes notificaciones entren y entren y entren…
He seguido con mi rutina matinal que incluye el volver a pensar que podía ser domingo.
He regresado a la habitación, he cogido el móvil y ahí estaba la notificación de Facebook. Pero el recuerdo de hoy no era alegre, emotivo… Al contrario, era uno de esos recuerdos que duelen en el alma, aunque hayan pasado ya algunos meses.
Hoy hubiese cumplido 70 años «el piojoso». Este hombre cabezón, con genio a más no poder, pero cariñoso, atento, con manos como las de su padre (mi abuelo) que te transmitían todo el cariño y el amor que te sentía y que comenzaron a trabajar la piedra como antaño hacía su padre.
Hoy Facebook es cruel porque me recuerda que no podré llamarle y no podré escuchar su voz metiéndose conmigo, con ese tono de voz tan característico, y llamándome «piojosa», para luego ponerse serio y empezar a preguntar cómo estoy (realmente) y cómo está su hermana, de verdad de la buena, sin endulzar. No volveré a escuchar la pregunta que siempre me hacía: ¿y cuándo vienes a Madrid, hija?
No, ya no podré escucharle, mantener esas conversaciones largas y profundas con él, ya no le podré escuchar sus anécdotas presentes y pasadas, ya no me contará sus planes de viajes, de cuando venga a Salamanca…
Nos lo quitaron demasiado pronto. Y, aunque tuvimos meses de aviso para prepararnos, no pudimos hacerlo, porque no te puedes preparar para la marcha de alguien joven.
Hoy es día para el recuerdo. Para dejar escapar las lágrimas, pero para que vuelvan a la mente todos esos buenos momentos vividos a lo largo de los años. Y dar las gracias por esas vivencias, por compartir tanto, aunque siempre nos parezca poco.
Expresión. Del latín expresssio, expressionis. Según nuestro diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, consiste en la acción de expresar.
Expresar. Del latín expreso. Claro. Manifestar con palabras, miradas o gestos lo que se quiere dar a entender.
A parte de este órgano tan «avanzado» en nuestro tiempo, tan progresista y para nada machista (a ver, momento de sarcasmo en modo ON), la acción de expresar un pensamiento, idea, opinión, aparece recogido en nuestro texto constitucional, reconociéndolo como un derecho que tenemos todas las personas que residimos en este, nuestro país, llamado España (dando igual si haces alarde o no de la bandera y del punto del país donde vivas).
Artículo 20 de la Constitución Española.
Es cierto que, como comúnmente se suele decir, ríos de tinta se han escrito en relación con el, tan manido, derecho a la libertad de expresión. Incluso algún famosete se ha visto entre rejas o ha emigrado a otro país por ampararse en este derecho y parte de la humanidad sentirse dolida por las declaraciones realizadas criticando algún hecho social o a algún organismo o representante gubernamental.
¿Dónde se encuentra el límite? ¿Dónde posicionamos esa delgada línea entre el derecho a la libertad de expresión y el derecho al honor y a la imagen?
No me voy a meter a hacer un análisis legal ni jurídico porque no me va mucho y éste no es el espacio. Esta labor se la dejo a otros u otras lumbreras que saben muchísimo más que yo de leyes. (A ver, aquí otro momento de ironía y sarcasmo porque normalmente quien opina no tiene ni idea del asunto).
Nunca pensé que mis ideas, pensamientos (que cada vez son más claros y profundos) y expresarlos abiertamente en público y en redes sociales me llevaría a una nueva visita a la oficina de empleo. Además, teniendo en cuenta que en ningún momento he expresado (bueno, ahora sí lo voy a hacer, pero a modo de ejemplo, no para llevarlo a la práctica) que ante determinados acontecimientos deberíamos salir a las calles, tomarlas por la fuerza y quemar contenedores y quitarnos los sujetadores como modo de mostrar nuestro rechazo y hacer frente a la opresión que llevamos años viviendo, pues no veo nada malo en mostrar mi descontento con lo que sucedió el domingo en mi comunidad autónoma. No. Esta forma no va conmigo. Quiero decir, la violencia no la contemplo como forma de conseguir las cosas. Soy anti-violencia. «Haz el amor y no la guerra».
Vamos a ver, queridas y queridos, que lucho desde hace años a favor de la igualdad y CONTRA cualquier clase de violencia que sufrimos las mujeres (física, sexual, psicológica, económica, contra nuestro cuerpo, etc., etc.), CONTRA el acoso escolar en cualquiera de sus formas, CONTRA el acoso sexual, laboral, etc. Me pone nerviosa y me llena de rabia cualquier tipo de violencia, cualquier muestra de superioridad y de abuso de poder. Me hierve la sangre a grados inimaginables.
A medida que he ido estudiando (sigo estudiando y formándome, a mi edad, porque no doy nada por supuesto y aprendido) e investigando, he tenido más clara cuál debería ser mi posición en esta sociedad ante determinados acontecimientos y situaciones.
Hay quien me define como una abogada (que no, que no ejerzo, soy licenciada en Derecho) humanista, a la que le mueve, por encima de todas las cosas, lo social (que no socialista, ojo). Ahí estoy yo cuando me necesitan dando apoyo, consejo y acompañando. Así entiendo yo que debe ser la sociedad. Así entiendo yo que debe ser todo lo social. Me implico, le pongo pasión, responsabilidad, ilusión, ganas. Si no fuese así, es que no creería en lo que estaba haciendo y lo haría como una autómata. Y perdonadme, pero tengo sentimientos, no soy fría y calculadora.
En todos estos años, y gracias a mi tesis doctoral, me he vuelto muy crítica, reflexiva, observadora (ya lo era). Pero siempre para sumar, para construir, para crecer. En ningún momento para echar mierda y poner la zancadilla. Trabajo desde siempre en lo social, pero eso no quita que «quien me puede dar de comer» no se lleve un «zasca» cuando hay algo que sé a ciencia cierta que está haciendo mal o que va en contra del beneficio social de las personas que formamos la sociedad, pero, aún así, pueda seguir trabajando con «ellos» (masculino genérico porque en determinados puestos siempre son hombres) y negociando, aplicando la diplomacia humanitaria que me enseñaron que hay que tener. Diálogo, pero sin dejarnos avasallar.
Queremos un mundo mejor (o por lo menos yo), no se lo vamos a poner fácil a quienes nos «mandan». Como sociedad tenemos que estar ahí para recordarles que si están donde están, es porque nosotras lo hemos «decidido».
La que se nos viene encima en Castilla y León es para mantenernos muy expectantes y no echarnos para atrás ni una miejita. Por una vez el foco (hasta ayer) estaba en nuestro territorio. No sé el motivo por el cual quien «ganó» el domingo salía tan contento después del varapalo obtenido. En el pulso de egos que tomó, ha perdido. Quienes han salido reforzados son otros que dan mucho, mucho miedo. Nos está queda todo muy bonito. Pero aquí seguiremos, al menos yo, luchando día a día. Sin descanso. ¿Tú qué vas a hacer?
Tenemos un Ministerio de Consumo que a veces da en el clavo, otras es motivo de mofas y de críticas… En esta ocasión voy a poner sobre la mesa la última campaña creada por el Ministerio relacionada con los juguetes y el sexismo.
En primer lugar considero importante dar una definición de sexismo, pues, en bastantes ocasiones, escuchamos o leemos una palabra y desconocemos su significado.
Por sexismo se entiende, según la Real Academia de la Lengua Española, la discriminación de las personas por razón de su sexo. Es decir, consideramos que el hecho de ser mujer o de ser hombre tiene que ser motivo de diferencia. Cada persona, según su sexo, sus aparatos reproductores, sus genitales, tiene una tarea en este mundo, en esta sociedad. En concreto, en el caso de los juguetes, las niñas y los niños tienen unos juegos y juguetes asignados en función del sexo.
Pero el sexismo nos lo encontramos en muchas partes de nuestra sociedad, no sólo en los juguetes. Pero sí es cierto que hacemos mucho hincapié en ello porque los juguetes llegan a manos de nuestras/os menores que se encuentran en un proceso de formación, de aprendizaje, de desarrollo.
Aún así, no podemos olvidar que el sexismo se esconde en el lenguaje, en los medios de comunicación, en el lugar de trabajo, en la familia, en lo público, en lo privado… De ahí que muchas organizaciones, por ejemplo, se pongan manos a la obra y creen guías para un uso no sexista del lenguaje. Porque, por mucho que les pese a muchas personas, las palabras sí son importantes.
Pero en esta ocasión, dadas las fechas en las que nos encontramos, me voy a centrar en los juguetes.
Durante mucho tiempo (aunque todavía se sigue viendo en algunos catálogos de juguetes) se diferenciaban los juguetes según si eran «para niñas» o «para niños». El azul teñía las páginas de las revistas de juguetes donde se seleccionaban coches, camiones, superhéroes, juegos de construcción, herramientas, etc. para los niños. El color rosa se dedicaba a esos juguetes que reflejan lo no reconocida), las tareas de belleza, etc. Las sillitas y capazos rosas para pasear a los muñequitos imitando la labor de crianza que parece que sólo pertenece a las mujeres.
Pero la distinción de «niños y niñas» no sólo se ve en estos catálogos, en estas fechas, sino que también se observa en los patios de colegios (aunque con calma y paciencia las cosas empiezan a cambiar), en las tiendas de ropa con zonas delimitadas, claramente, para niñas y niños: superhéroes para ellos, tutús y princesas para ellas.
En su momento, sin darme cuenta, yo ya empezaba a revelarme contra estos marcajes esteotipados: me compraba camisetas o sudaderas de «chico», me enfadaba cuando me tocaba hacer determinadas cosas mientras mi hermano se iba a su habitación, compré cosas de color azul cuando fui madre y me decían que lo que tenía que comprar era de color rosa, odiaba lazos en la ropa, cuando era pequeña me levantaba el vestido en señal de rebeldía (ahora me hace mucha gracia).
En alguno de los talleres que he impartido a personas adultas, pero también en colegios, he hablado de lo limitante que es decir que una cosa sólo la puede utilizar un niño o que otra cosa es sólo de niñas. Estamos privando a una parte de la diversión, de la imaginación y de descubrir nuevas posibilidades de juegos. También les estamos quitando la opción de elegir con qué quieren jugar, con qué quieren divertirse… Además, hay juegos que les dan la posibilidad de aprender a ser personas independientes.
Por eso es tan importante no elegir juegos sexistas ni sexualizar los juegos. Por eso, cuando regalemos o cuando compremos un juego, no pensemos en si es «para niños o para niñas», pensemos que es un juego y las posibilidades que le ofrecerán al niño o a la niña a la que queremos dárselo. Una cocina es tan válida para un niño como para una niña, un camión o un juego de construcción resultará atractivo tanto para una niña como para un niño, las muñecas, los muñecos… son válidos para ambas partes, sin distinción. Decidme: ¿por qué a un niño no le puede gustar una barriguita o una pollypocket? ¿Por qué una niña no puede pedir a los Reyes una figura de superhéroe (hombre) o un juego de herramientas para arreglar aquellos juguetes que se estropean?
Os animo a que veáis la campaña del Ministerio de Consumo sobre la «huelga de juguetes». Vedlo con perspectiva, sin cerraros opciones. Mente abierta.