Empiezo siendo clara. No puedo hacerlo de otra manera.
Aquellas personas que insultan de forma «gratuita» es porque no tienen verdaderos argumentos con los que atacar a la otra persona y a sus actos.
Esto lo digo porque ayer se escucharon insultos machistas, casposos, misóginos, «de señoro» de boca de una «señora» contra la Ministra de Igualdad, Irene Montero.
En lugar de tener un discurso basado en puntos que comenten en qué piensa que falla lo que hace el Ministerio de Igualdad (campañas, legislación, actividades, etc.) o qué cosas no comparte, la señora del partido verde campo (que flaco favor le hace al campo), se dedicó a cuestionar cuáles eran los logros personales de Irene Montero haciendo alusión a su pareja o ex pareja, vamos, al padre de sus retoños. Este comentario es de ser una persona muy rastrera, machista en grado sumo y no tener nada que decir cuando está en la palestra donde se reúnen quienes tienen el deber de representar a la ciudadanía. Y a mí, por supuesto, esta «señora» no me representa, al contrario, nos separa un abismo más grande que el camino que abrió Moisés en el Mar Rojo.
Aunque parezca un argumento muy manido lo que voy a escribir, ello no quita para que sea cierto. Ese comentario que hizo en la tribuna no lo haría si fuese un hombre contra quien va dirigido.
A los hombres no se les pregunta si tienen las rodillas peladas, si han chupado muchos miembros para llegar dónde están, si su único logro ha sido acostarse con fulanita o menganita, si está en ese puesto por enchufe… Tampoco tienen que soportar el acoso mediático, político y la violencia que las mujeres tenemos que soportar y más, en la actualidad, cuando te dedicas a la política y te «sales un poco del tiesto».
Señoras, señores, creo que algo se está haciendo bien si incomoda tanto. Y lo que olvida esa «señora» que aprovechó su tiempo en la tribuna para insultar, es que si ella está ahí es por mujeres de otras épocas, de otros siglos, de otras culturas, de otros países que, como Irene Montero y otras tantas, salieron a la calle para exigir lo que nos corresponde a las mujeres: el derecho al voto, el derecho a la educación, el derecho a representar a la ciudadanía, el derecho a hablar sobre un púlpito, el derecho a trabajar (aunque algunas, como esta mujer, no sepa ni qué es eso) fuera del hogar,… En definitiva, a ocupar el espacio en la sociedad que nos corresponde al lado del sexo masculino.
No voy a negar que no estoy de acuerdo en todo lo que ha hecho o hace el Ministerio de Igualdad e Irene Montero en particular. Pero yo digo lo que no me gusta, lo que cambiaría, lo que haría de otra manera, no me meto con la persona, sino con la labor política.
Dejando claro este punto, cierro filas en torno a Irene Montero, como han hecho otras compañeras, porque lo que sufrió ayer en el Congreso de los Diputados no se puede tolerar en el lugar que representa a toda la ciudadanía española. Lo que sucedió no me representa. Como decía mi tío: se ha perdido el espíritu auténtico. Ahora no saben debatir, lo único que hacen es soltar insultos personales aunque luego los veas tomándose una caña juntos. Creo que en este caso, tío, las cañas se las tomarían cada una por su lado.
Después de lo sucedido, había comentarios que decían que Irene Montero estaba a punto de echarse a llorar. Pues mira, más la hubiese aplaudido yo. Porque sus lágrimas, seguro, serían de rabia, de ira y de contener las palabras que en realidad le querría haber dicho a esa «señora» que sólo supo argumentar insultando y faltando al respeto. Porque quien no tiene argumentos piensa que gritando tendrá más razón y se mete a nivel personal con la otra persona. Y, como dicen también por redes, esto demuestra lo necesario que es un Ministerio de Igualdad. También nos muestra que aún no hemos alcanzado el nivel de igualdad que pensamos, ya que hemos dejado entrar en determinados organismos, a «seres» que son de épocas muy pasadas y con ideas muy retrógradas; dejando que las mujeres que les acompañen sean sólo meras panderetas (con todo el respeto y admiración a las panderetas) que tocan al son que marcan las cuerdas que las atan al macho alfa de la «manada», pues no tienen criterio propio, no saben pensar con claridad y se olvidan de los hechos que han marcado la historia, recordando, de forma distorsionada, sólo aquello que les favorece.
Yo estoy con Irene Montero.