Maternidad

Llevo algunas semanas dándole vueltas a la idea de volver a escribir sobre la maternidad (sobre este tema ya he escrito dos post), pero no pasando de puntillas por ella.

Hace años ya que soy madre. He cometido muchos fallos, pero he tratado de hacerlo lo mejor posible. Aún sigo intentándolo.

A mi alrededor tengo a nuevas madres que luchan día a día por ser mejores como madres, olvidándose de ellas mismas, auto-exigiéndose más de lo que su cuerpo y su mente puede soportar. Olvidando que, ante todo y sobre todo, son mujeres, son personas que tienen sus virtudes, sus defectos, sus necesidades y que necesitan de momentos para ellas, para no olvidarse el motivo por el cual decidieron ser madres (entre otras cosas).

La maternidad supone una carga tremenda para nosotras. Aún en este siglo XXI en el que estamos sumergidas, a pesar de la pandemia que nos exprime al máximo dejándonos sin aliento, ser madre supone una carrera de fondo. Siguen pesando los estereotipos y los roles que nos hacen ir todos los días con la lengua fuera, abarcando más de lo que somos capaces de soportar, porque así nos han dicho que tiene que ser la maternidad, pero lo asumimos como propio, casi sin protestar.

Poco a poco, las mujeres influyentes-conocidas-famosas nos muestran la realidad de la maternidad; alejándose de la idea bucólica y romántica que flota en el ambiente desde tiempos inmemoriables: uno de los fines más importantes de las mujeres es convertirse en madres.

Pues no señoras y señores. La procreación no es un objetivo que tiene que tener toda mujer (o todo hombre). Pero a nosotras se nos sigue cuestionando, preguntando y empujando a una maternidad, a veces, no deseada. Porque la maternidad es un deseo, no una obligación o derecho.

Durante el embarazo nos cuestionamos porque engordamos o porque no lo hacemos, porque nuestro cuerpo pierde las formas y nos sentimos presionadas. Nos da miedo absolutamente todo: que no le llegue el alimento suficiente al bebé, que sea demasiado grande a la hora de nacer, que me duela absolutamente todo en el parto (como así es), que sea un parto largo, que al final me tengan que meter en quirófano, que el bebé tenga problemas, que…. Anticipación pura y dura.

Pero cuando ya tenemos a nuestro bebé con nosotras, esto no para. ¿Comerá lo suficiente? Es que no duerme y yo estoy muerta, no puedo con mi alma (pero no pido ayuda, eh, ¿qué van a pensar, que soy una floja y que no puedo?). No crece lo suficiente. ¿Por qué no me sube la leche? Es que si no le doy leche materna, ¿soy una madre horrible? Si me quedo dormida y el bebé está llorando o está despierto en la cuna, ¡ay, Dios mío, qué horror de madre soy! ¿Colecho o mejor en su cuna desde el principio? Uys, tengo la casa patas arriba, pero es que no me da el tiempo. No tengo echa la comida. No tengo nada en la neverar. ¿Y cuándo voy a comprar? Si es que con el bebé me da miedo ir al super por si se pone a llorar. ¡Ays, pero qué le pasa ahora! Si hablaras, todo sería más sencillo (o no).

Todas estas frases, preguntas, cuestionamientos… están en la cabeza de una mujer madre. En muchos casos, la maternidad está compartida con una paternidad, pero en nuestra mente esa ecuación parece que no es factible. De hecho, muchas de nosotras justificamos que lo hagamos nosotras todo:

– Es que él no sabe (¡coñe, y tú tampoco! Estás aprendiendo sobre la marcha).

– Es que se lo tengo que dejar todo preparado si quiero que la cosa salga bien. No, perdona, se lo tienes que dejar todo preparado para que salga como tú quieres que salga.

– Es que no les puedo dejar solos, acaban «discutiendo» (cuando la hija o el hijo es algo más mayor). Claro, tienen que habituarse el uno al otro/la otra. Si siempre han estado juntos y tú mediando, no saben cómo resolver los conflictos que puedan surgir. El padre también tiene que aprender, reeducarse como padre. No somos diosas, no somos seres perfectos, no lo sabemos todo. Ensayo, error. Ensayo, error. Y así hasta el infinito.

– Es que no come. Quizás sí coma, pero no lo que tú crees que debe comer. Quizás se sacia antes, quizás hay que espaciar las comidas, quizás tienes que estar en un ambiente más tranquilo y relajado, quizás… Quizás es el momento de involucrar a la otra parte y crear un vínculo.

Venga, ya, vamos a quitarnos esos ropajes antiguos con telas nuevas que nos encasillan, nos aprisionan, nos obligan a ser nosotras las «jefas en la sombra», las controladoras, las manipuladoras, las organizadoras, las amas de casa eternas, las educadoras familiares… Vamos a aprender a trabajar en equipo familiar, a compartir responsabilidades para llegar a la corresponsabilidad real y práctica (porque el ser madre y padre, en muchos casos, es una elección de dos personas, por lo tanto, es responsabilidad de dos); vamos a permitir que ellos (cuando compartamos la vida con un «él») también se equivoquen y vayan aprendiendo sobre la marcha, igual que lo hacemos nosotras; vamos a compartir la maternidad-paternidad para que no sea algo exclusivo de nosotras; vamos a permitirnos errar, llorar, «tener truenos en la cabeza», tener días buenos y no tan buenos; vamos a aprender a conversar, a compartir nuestros miedos y temores; vamos a ser responsables de lo nuestro sin temor al fracaso, sin culpa… Vamos a ser madres de verdad, no perfectas. Chicas, la perfección no existe y quien diga lo contrario… Oídos sordos.

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